Duna y yo hemos callejeado por el centro de Valencia hasta parar frente a la tapicería de Joaquín Martínez Alabor, en la calle Grabador Selma, número 4, pero antes de apagar el motor he echado una mirada al escaparate y no he podido evitar recordar tiempos pasados, cuando Joaquín abría su taller en la misma calle Goya, a pocos metros de mi carpintería. Era habitual verme acercándole los sofás y muchas tardes me quedaba allí un ratito viendo como su hermano Rafa los tapizaba mientras me contaba anécdotas de cuando era aprendiz o de cuando montaba a caballo..., aunque realmente, la anecdota ecuestre siempre era la misma.
Y una vez dentro de la tienda-taller, Joaquín me recibe sonriendo y como siempre, rodeado de docenas de muestrarios de telas; ahí donde miro me encuentro con muestras y catálogos, con todo tipo de tejidos, telas, texturas. Desde tribales rafias hasta las clásicas chenillas o verduras, entre microfibras, polipieles, linos, rasos, estampados o lisos.
Joaquín era bueno en éso, en moverse para buscar telas exclusivas, distintas, diferentes y atractivas, aunque, a veces, los clientes prefieren acabados clásicos, colores sobrios y serios, como el precioso terciopelo con que han vestido a los Capris que monté la semana pasada. Así, con su nueva piel, el orejero cambia por completo y Joaquín sonríe satisfecho al observarlo, mientras me da la sensación que todos esos muestrarios nos miran como diciendo, "conmigo habría quedado mejor....".
El Capri mostrándose acogedor, cálido, blandito....., y eso que aún le falta el cojín del asiento; Duna y yo hemos llegado demasiado rápido.
La madera queda oculta, esperando a que dentro de unos años, el cliente decida cambiar de tela, cambiar de piel, cambiar de imágen..., quizás unos cinco años después, o puede que unos ocho años más tarde, aunque, a veces, la comodidad de los orejeros es tan duradera que llegan a alcanzar la mayoría de edad renovando su pelaje una y otra vez.
Hola Pedro.
ResponderEliminarYa te he comentado alguna otra vez de lo que me atraen las restauraciones, pues bien, no es lo único que despierta mis nostalgias.
El taller pequeño de trastienda, tiene un encanto que sólo conoces si lo has catado, después de más de quince años en una "mediana" empresa en la que el trabajo está relativamente organizado en secciones, añoras hacer de intermediario entre catálogos y clientela y llevar varias faenas entre manos, un libre albedrío controlado en vez de mecanizado... aunque ahora, no lo cambiaría ;)
Un saludo.
Hola Tapestry, es cierto lo que dices, en estos pequeños negocios familiares lo haces todo, estas tapizando y tienes que dejar la grapadora para atender a una clienta, enseñarle telas, ofrecerle opciones.
ResponderEliminarEn fin, nada que tu no hallas vivido, amigo. Un abrazoteee.