Gira y gira...., y el esqueletero ríe como un niño que ve girar a la peonza cuando
por primera vez consigue hacerla bailar con el latigazo ensayado mil veces,
hasta que por fin, la peonza danza, da vueltas sobre si misma como las da el
armazón. El niño rie como rien los niños desnudos de Sorolla, cuando saltan
sobre las olas, cuando corren junto a los pescadores, cuando juegan ante los
ojos del pintor que solo ve belleza, pureza, inocencia...., el estado perdido
del adulto que ya no tolera la desnudez ni la imaginación, por eso le llaman
loco y se ríen de él, de ese que ve a su sillón como la peonza del niño que
girara hasta que se haga hombre, en ese momento caerá de lado y el hombre se
olvidará de ella.
El esqueletero ríe
y llega a creer que el sillón gira por si mismo, como dotado de vida propia.
Gira sobre si mismo y clama su belleza y su hermosura, niega su espalda, niega
las caras ocultas, las sombras demasiado oscuras.
Y el esqueletero
siente el vértigo de quien crea una minucia, de quien en su intimidad decide
que no habrá madera, no habrán patas que le aprisionen y prueba con el metal,
con el rodamiento que insufla vida al modelo sin nombre y sin venta, al modelo
que rie como un niño sin importarle su futuro, se rie del momento y lo goza.