El esqueletero apenas si fue consciente, pero en su rostro asomó una sonrisa cuando terminó de trazar la ultima de las dogas de un nuevo modelo de sofá con planta curva, para Cristina, fue en ese momento cuando giró la cabeza y vió en una esquina del viejo taller de esqueletaje, a su replica del Papa Bear de Hans Wegner, junto a su custom.
Es posible que el esqueletero girase la cabeza porque escuchó el siseo de la conversación entre la maquina y el armazón, un siseo que realmente sonaba en su mente demasiado soñadora y muchas veces demasiado alejada de la realidad, pero era en esos momentos de abstracción cuando la sonrisa permanecía en su rostro durante mas tiempo. Miraba al Papa Bear y tenia la certeza de que solo él lo fabricaba en todo el país, imaginaba al Poeten o a la Pelikano y volvía a tener esa certeza.
Una convicción llena de humildad y de emoción, aquellos iconos de épocas pasadas le habían dado vida y poco a poco iba creando una atmosfera nueva, mas pura, mas estimulante y novedosa, inimaginable unos años atrás, cuando el esqueletero no sabia que los armazones tenían alma.