- Uno de cada modelo, son para un complejo de viviendas y quieren que cada despacho tengo un giratorio diferente -me dijo el cliente- ahí tienes las medidas y si tienes alguna duda me llamas.
Cuando salí de la nave industrial del tapicero me volvió a invadir cierta angustia, los polígonos ejercen esa mala influencia sobre mi, pero desde siempre. Me marchaba de allí con un pedido engorroso, de esos que ningún esqueletero quiere hacer, 11 modelos distintos de sillones orejeros, algunos raros, otros extraños, uno que me recordaba al asiento de un autobús y otros que se inspiraban en modelos muy clásicos, tapizados en capitoné, con orejas, en cueros rojizos o en pieles negras, algunos muy sencillos, con detalles de madera vista y un aire retro muy interesante..., pero todos con unas medidas extrañas que me hicieron llamar al tapicero.
- Oye Vicente, es que estas medidas son muy raras, hay un modelo que se me queda el asiento a 42 de luz y eso es muy poco..., bueno poco no, una vez tapizado ahí no se sienta nadie.
- Bueno, haz lo que quieras con las medidas..., y gracias por llamar.
Ese fue un momento de liberación, aunque no del todo, porque descubrí que cada modelo me costaba un día de hacer y que siempre me inquietaba la idea de que mis decisiones no fuesen las correctas..., porque eran bastantes decisiones, pero continué tomando decisiones, diseñando y fabricando esos sillones giratorios de despacho y llegando a desarrollar dos al día.
Y esta misma tarde el terminado el último, una versión en giratorio de un sillón clásico de patas torneadas, un curioso orejero que cuando gire en su peana podrá recordar al vuelo de un murciélago.