martes, 6 de octubre de 2015

TAPIZANDO EL MODELO PERDIDO DE FINN JUHL.




   






        En 1950 Finn Juhl diseñó un modelo que recordaba a su Poeten de 1941, pero la nueva creación resultaba algo mas audaz y valiente, vaciaba su riñonera y daba al respaldo un aspecto aéreo, recordando a un puente que se elevaba sobre el asiento, dejando un hueco justo por encima del cojín. Pero la nueva pieza no iba a  alcanzar la popularidad del Poeten o de la silla número 45, de hecho se fabricaría en una serie numerada y limitada encargada al ebanista Soren Willadsen y terminaría perdiéndose en el tiempo sin nombre, sin llegar a ser bautizado públicamente.


 
 
 
   El enigmático modelo quedó en el olvido hasta que Sergio Sánchez entró en mi taller de esqueletaje con unas imágenes en su móvil, eran las primeras fotografías que veía de esa pieza, pero rápidamente me recordaron a las maneras Finn Juhl, aunque fue mas tarde cuando rastreando el modelo di con algo de información, realmente muy poca información, de hecho las imágenes correspondían a modelos originales de subastas que llegaban a alcanzar los 17.000 euros.
   Esa fascinante historia me animó a empezar a trabajar en el modelo perdido de Juhl, rápidamente, casi como un antropólogo tentado con la idea de reconstruir el genoma de un Homo habilis o el de un Neardental para poder mirar directamente a los ojos de los testigos del nacimiento de la Humanidad.
 
 

 
   El modelo fue tomando forma, fue surgiendo durante la tarde de un domingo y finalmente dejó el taller de esqueletaje para que las manos de Juan Carlos Estruch continuasen recreando el diseño perdido de Finn Juhl.

 

 
   Juan Carlos tampoco pudo escapar al influjo mágico del modelo y poco a poco se fue encariñando con el silloncito, con esa tacita que recordaba a un capuchino con granos de café tostado flotando sobre su espuma. Fue vertiendo en él su saber hacer, su profesión, su oficio y su tesón..., realmente el tapicero estaba empezando a saborear el capuchino a solas, cuando sus oficiales terminaban la jornada de trabajo y la tapicería quedaba en silencio. Entonces era la aguja curva la que empezaba a coser la tela con puntos muy apretados, muy juntos, apenas separados por unos milímetros.
 

 
 
  El tapicero cosía abstraído y durante ese tiempo se olvidaba del estrés causado por las facturas que le debían, por los presupuestos que tenía que calcular, por la presión de algunos clientes ya despojados de toda humanidad..., Juan Carlos tapizaba y esbozaba una sonrisa al recordar otros tiempos, cuando él era el aprendiz y su padre el oficial que le enseñaría a ganarse la vida con sus manos y su honestidad.