martes, 8 de abril de 2014

SOL, MADERA, ARMAZONES Y VIDA.



 Existe el amanecer gracias al sol, esas primeras luces siempre me arrancan una sonrisa, me susurran que estoy vivo y que los vampiros se han recluido entre las sombras. Poco a poco, esas primeras luces se convierten en una luz intensa y ardiente que a partir del medio día incide sobre los viejos y resecos portalones del taller de esqueletaje. 
  Las caras que dan a la calle tienen una curiosa piel, de un tono extraño que, ni es madera ni barniz, realmente es la resina que durante décadas supuró de entre las tablas soportando el sol, día tras día, y que ahora se ha endurecido, que ya no resbala y que ni se pega a la manos, que ya no desprende olor. 



   Sin embargo, la cara oculta, la que da al taller, mantiene su color original, ya algo oscurecido, pero sin costras ni resina petrificada... una curiosa dualidad, como si esos portalones representasen a alguien viejo pero de espíritu joven, como si fuesen capaces de envejecer a distinta velocidad, como si la mente no concibiese la decrepitud fisica o la fatiga de la piel y de los huesos.
   Viejos conocidos, el sol y la madera que se cubrió de resina para protegerse del fuego que a veces se enseñorea por el taller, buscando la cara oculta y vírgen de esos portalones, pero que se encuentra con otra madera que ha adquirido la forma de sillones o de sofás. En ese momento, los llena de una luz que me hipnotiza, me imagino que igual que hipnotiza al fotógrafo o al pintor... pero tiene su sentido, la luz y el calor es la vida.


miércoles, 26 de marzo de 2014

RECUERDOS, PLANTILLAS Y OREJEROS.



   El lunes sentí miedo cuando la universal empezó a hacer un ruido raro, enseguida me vino el recuerdo de cuando se gripaban los rodamientos del eje principal. 
   Aquello suponía una especie de gran parada y, entre papá y yo, lográbamos cambiar los rodamientos, pero papá ya no estaba y yo, sólo, me sentía incapaz de cambiarlos. Probé a mover el eje con la mano y lo noté como trabado, entonces se me ocurríó comprobar algunas de las poleas de arrastre y descubrí que estaban a punto de romperse. Cambié las tres poleas, engrasé los rodamientos y desapareció el ruido, pero el olor de la grasa quedó en mis manos, recordándome, una y otra vez, a él, a papá, durante ese día entero que duraba la gran parada.
  Y al día siguiente, ya mucho más relajado,  salí a hacer los 60 kilómetros de siempre, con la bici de carretera, deseando llegar a ese campo abandonado de naranjos para comerme un par de sus deliciosas, dulces y jugosas, naranjas.
  Mientras las pelaba observaba las flores del azahar y las nuevas hojas de un verde oscuro, limpio y sano, lleno de vida.  El viento arreciaba y con el móvil apagado y guarecido tras sus ramas, me sentía solo en el mundo, era de nuevo Neville, comiendo de lo que daba la tiera, bebiendo agua cogida de una fuente y lavándome las manos con esa misma agua. En ese momento, un recuerdo ha surgido de no sé donde y he visto a mi padre cuando se lavaba las manos al final de las jornadas de pesca en el Perellonet.
    - Échame agua, Pedrín -me pedía, mientras yo vertía de la botella.
  Después me lavaba yo y regresábamos a casa en el Seat 124, por la noche llegaba a soñar con el suro y en cómo se hundía cuando picaban las llisas, de manera sutil y delicada.
   Despues de regresar a la realidad, he pedaleado hasta casa y a última hora de la tarde una peculiar luz se ha asomado por el taller, me ha recordado a la luz que lo inundaba antes de que el barrio creciese y las viviendas se alzaran deteniendo la luz del sol.


   Ha sido una imagen del pasado y del presente, el taller, sus tablones y las plantillas colgando de las fatigadas paredes, el dibujo de un orejero en papel, después dibujadas en cartón y, finalmente, sobre la madera.


  Con el sacabocados he hecho los agujeros en las nuevas plantillas, las he unido con un cordel y el nuevo orejero ha quedado colgado junto a las decenas de modelos que reposan, casi eternamente, hasta que alguien vuelve a acordarse de ellos.
  Es curioso, papá cubrió estas paredes con sus plantillas y la historia se repite, ahora voy colgando, poco a poco, las mías, dejando un registro de las modas y de las tendencias de cada época, de cada década, de los deseos de las personas.  
    

jueves, 7 de febrero de 2013

TODO EL MUNDO AMA LAS CHAISE LONGUES.



  Es curioso, el martes, Ángel Zamora me pedía una chaise longue para su sobrina, de la misma forma que, hace unas semanas, Pepe Valencia me pedía otra chaise longue para sustituir al orejero de su hija.
  Ayer mismo empecé a hacerla, justo después de volver de mi curiosa entrevista de trabajo. Me costó arrancar, me costó encender las luces y empezar a trabajar. Hay veces que se me hace extraño dejar las teclas, después de escribir un post, y cambiarlas por la madera, por la maza, por la grapadora..., pero la sobrina de Ángel quería esa chaise longue  y yo necesitaba trabajar, necesitaba sentirme útil.
  Esta mañana ya le he terminado y Ángel ya se la ha llevado, le he dicho que me llame cuando la tenga hecha.
    - Llámame y de paso te hago un reportaje de la tapicería.
    - Vale, yo creo que para el miércoles ya la tendré.
    - Lo dicho, llámame.  

                                                                        

miércoles, 6 de febrero de 2013

SOY ESQUELETERO Y BUSCO TRABAJO.



                                                                              

  Esta tarde he ido a buscar trabajo, he cerrado el taller y he conducido la ranchera hacia Albal, un población muy cercana a Valencia y con bastante tradición mueblista.
  He conducido sin gps y sin haber memorizado antes la ruta, siguiendo los paneles informativos de la autovía, rodando sobre un asfalto sin apenas tráfico y desviando mis ojos durante unos instantes hacia una enorme central eléctrica. Me han llamado la atención las gigantescas torres de conducción eléctrica, sucediéndose una tras otra y enlazándose por gruesos cables que se combaban, ligeramente, entre torre y torre. Me he imaginado a la corriente eléctrica llegando a las ciudades, a los pueblos, a los polígonos y a esa fábrica de esqueletaje que he descubierto al mirar a mi izquierda, por encima del quitameidos.
  He sonreído satisfecho, mi intuición no me ha fallado y después de salir de la autopista he sido capaz de llegar hasta la misma puerta de la fábrica, aunque  las dudas han surgido cuando a través del telefonillo me han preguntado a quien buscaba. No sabía como presentarme.
   - Vengo de parte de Plácido, de maderas Hispania.... -he respondido.
 Durante unos instantes el telefonillo ha estado crugiendo y mumurando y después ha zumbado la cerradura, al otro lado me esperaba Vicente Nadal, vestido con el guardapolvos y destilando el mismo olor que emana de mi, oliendo a madera.
  La entrevista ha sido breve, no habrá llegado ni a cinco minutos, pero han sido sufientes para dejarle claras mis intenciones y para que Vicente me enseñara algo de la fábrica y uno de sus controles númericos.
  - Desde Navidad a ahora han venido unos cuantos tapiceros, pero son pequeños y yo no les puedo atender -me confesaba Vicente. 
  - Vaya, pues esos son mis clientes..., talleres pequeños que piden pocas cantidades.
  -Muy bien, pues déjame tu número de teléfono y cuando vuelva alguno de ellos, te lo envío.
  - De acuerdo y lo mismo le digo, yo suelo hacer prototipos para grandes series, la próxima vez hablaré de usted.
  Pese a la brevedad he salido contento de la fugaz entrevista, quizás porque manejando ese control númerico he visto algo que me ha hecho sonreír y que me ha hecho pensar que Vicente Nadal es una persona abierta a las nuevas ideas y a los nuevos tiempos.
  Golpeando con la maza y encajando la pieza, una oficial preparaba las piezas en el control numérico con energía y brío, con semblante serio y concentrada. Su negra melena, perfectamente recortada a la altura de las suaves mandíbulas, se balanceaba graciosamente y el serrín ni osaba a posarse entre sus cabellos...., o eso he creído yo.

jueves, 25 de octubre de 2012

Y MÁS DE 15 AÑOS DESPUÉS VUELVEN AL TALLER.

Nada más abrir el portón trasero de la furgoneta de Daniel supe que esos armazones los habíamos hecho mi padre y yo, incluso reconocí enseguida que era uno de los modelos exclusivos del fallecido Francisco García, apodado Magaña.
  Después de más de 15 años regesaban al mismo taller de esqueletaje porque los clientes habían decidido retapizarlos y, realmente, era una casualidad que me hizo sonreir y, después, casi llorar cuando descubrí que en esos esqueletos aún no habían grapas de carpintería, cuando descubrí la huella de mi padre y su manera de trabajar seria, decente y honrada.


  Cuando vi los clavos que aseguraban las escuadras de refuerzo, metidos a golpe de martillo, formando una v y sin un solo golpe fallado..., supe que había sido mi padre y le recordé ya mayor, sujetándose la muñeca derecha con la mano izquierda, tratando de mitigar el dolor de los  huesos y de los tendones tras miles y miles de martillazos y de gatos apretados con esas muñecas, que eran tan estrechas y frágiles como las mías.


   Descubrí emocionado su preciosa letra marcando cada pieza, copete, traseros, costados, delanteros..., con ese trazo elegante y cargado de energía y observé, algo más serenado, el precioso tono tostado que había adquirido el pino gallego, había envejecido dignamente, soportando los picotazos de las grapas de la tapicería y la tensión, el pulso echado por las cinchas elásticas del asiento.
   Me encontraba con las huellas de papá y también las de los oficiales de Francisco García, unos tapiceros que solo sabían trabajar volcando todos sus conocimientos en cada tapizado y esa dignidad también había dejado su rastro en forma de unas aureolas blancas que delataban los apoyos de goma espuma donde fijaban unos muelles atados para ayudar a soportar el peso sobre las cinchas del asiento.


  El esqueletaje regresaba al taller, pero casi pude ver como los armazones buscaban a mi padre, a sus manos, a su carácter..., pero me vieron a mi y creo que confiaron en mis manos, por eso se dejaron transformar, por eso se dejaron que les cortase los reposabrazos de formas redondeadas, para cambiarlas y aportarle ángulos rectos, para darles un aire más moderno y actual, para poder regresar a su hogar envueltos con sus nuevas telas, totalmente renovados y vestidos para soportar otra decena de años.

     Reutilizando los reposabrazos, mientras cortaba el taller se llenaba de un olor especial, picante y denso..., el de la madera curada lentamente y mimada entre telas y rellenos.

   Atornillando los costados.

     Los nuevos reposabrazos listos para atornillar a los armazones.



 Y los armazones listos para recoger y para volver a tapizar.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

UN PRECIOSO Y EMOTIVO BORDADO EN CAÑAMAZO.



   
  Cuando entré en la tapicería y vi que los sofás ya no estaban, me sentí profundamente abatido y, de nuevo, la tristeza y el pesar brotaron desde mi corazón. Casi pude sentir como todas las ideas que ya tenía pensadas para el post ardían como en una mezquina quema de libros.
   Deseaba escribir sobre esas dos piezas que albergaban una belleza clasica, la elegancia de unas lineas derivadas del Chesterfield, de ese icono del que tanto hemos hablado.
   Pero a veces parece que los tapiceros dejan de ver o de sentir con intensidad esa belleza, el mundo colorista y el universo de texturas y tactos que ofrecen las telas y las pieles…, puede que porque conviven con ellas durante toda su vida, pero yo no he trascendido aún, quizás porque no soy tapicero.
   Soy esqueletero y paso mis días entre serrín y virutas, puedo contemplar la belleza de las vetas o de mis propios armazones, la armonía de algunos modelos pero nada más. Por eso, cuando visito a mis clientes y descubro algunas de esas piezas, me gusta contemplarlas y admirarlas, reconocerles el trabajo, hacerles fotografías y gozar con la belleza que crean con sus manos.
   Pero en la tapicería ya no estaban los sofás y el post ardía dolorosamente, incluso antes de ser escrito; estuve a punto de salir de allí, de volver a montarme sobre Duna y acelerar entre las calles de Valencia hasta salir de la ciudad, como intentando escapar de la soledad y de la incomprensión. Pero mientras me tragaba la pena y la angustia, aún pude descubrir un precioso bordado que me hizo sonreír, algo verdaderamente hermoso y cargado de vida, un cañamazo en el que una anciana de 85 años había tejido unos rosetones, verdaderamente conmovedores.




 Con ellos, estaban tapizando un par de silloncitos isabelinos que parecían sonreír al ir siendo vestidos con la ropa que la mujer había bordado para ellos, como cuando mi madre cosía la ropa para mi y mis cuatro hermanas.


 
  Recuerdo aquella visión tantas veces repetida, cuando llegaba del colegio por la tarde. Mi madre y sus amigas invadían el comedor de la casa y sobre la mesa esparcían los patrones de la revista Burda. Esos folios dobles albergaban miles y miles de rayas multicolores y de allí, de entre ese caos de líneas, salían los patrones de las prendas que después mi madre era capaz de confeccionar con habilidad y gusto…,casi, casi lo mismo que hacía el tapicero con esos silloncitos que parecían sonreír y que se dejaban hacer como cuando nuestras madres nos vestían y tomaban nuestras manos para guiarlas con cariño y delicadeza entre las mangas, después nos contemplaban, sonreían y nos daban un beso en la frente o nos estrujaban contra su pecho.

martes, 14 de agosto de 2012

SOFA DE DISEÑO MAS CHAISE LONGUE.



Manolo ya me preguntó hace unas semanas si podía hacerle un conjunto de sofá más chaise longue para su hijo, como ya conté, vino una tarde y me enseñó la lámina, pues bien, antes de irme de vacaciones empecé a trabajar en él, justo a mediados de julio, cuando el telefono se muere, cuando enmudece, cuando se calla y termina entrando en un inquietante letargo estival para desperezarse en septiembre; siempre ha sido así y espero que siga siéndolo.
El armazón parece que pierde impacto junto a los gigantescos reposabrazos, realmente es lo que más destaca de este conjunto, pero cuando esté tapizado aún será más espectacular porque en esos mismos reposabrazos irán encajados unos cojines que deberán recrear una continuación de los cojines de los asientos.
Y precisamente por esa anchura tuve que encolar varios tablones, como siempre, cola blanca, gatos de apriete, fieles y callados, firmes, tenaces, inamovibles.



Después venía marcar las consolas y cortar en la sierra de cinta, hasta ahí todo era relativamente fácil, la complicación venía a la hora de ensamblarlo al bastidor. Un reposabrazos con ese vuelo resulta una eficaz palanca para sentarse en él y arrancarlo. Fue necesario fijarlos antes de montar el armazón con cola y tirafondos.


Las consolas o reposabrazos ya unidos a los largueros y traseros.


La chaise longue recibiendo los brazos.


El sofá en el que se pueden apreciar las cartelas separadas del respaldo para permitir introducir la tela y los rellenos por la junta.