viernes, 14 de noviembre de 2014

HOY HE CONOCIDO A CHARLES EAMES.



    
 
 Estoy empezando a pensar que montar en Duna es viajar en el tiempo, viajar hacia momentos gratos, agradables, emocionantes y a veces tan excitantes como los instantes que he vivido hoy, tras una semana gris en la que me he ido apagando lentamente.
   Esta mañana, una leve lluvia ha sacado un resbaladizo brillo al asfalto de la ciudad y ha vuelto a velar la luz de un sol que andaba jugando al escondite entre las nubes. A veces se asomaba y yo sonreía tras la visera del casco y otras se escondía y mi rictus volvía a ser serio, inexpresivo, ausente, casi triste.
  En montado sobre Duna con cuidado, atento a las resbaladizas marcas viales, cruzando sobre los pasos de cebra con la custom lo mas vertical posible, hasta parar en la tapicería de Juan Vicente Comes.
  He dejado a Duna en la puerta, me he quitado el casco y nada mas entrar la he visto. Mis ojos se han ido hacia ella, iluminados, destellando y llenos de una súbita vida.
 


 
 
 


  - ¡¡ Joder, la Longue Chair de los Eames...¡¡¡ -he gritado tan excitado que he asustado a Isabel, la mujer de Juan.
   Ha sido un momento irrepetible y apenas si he tardado unos segundos en abalanzarme hacia el icono, mientras el instinto me decía que no estaba ante una copia china. Algo me decía que esos acabados tan perfectos y mimados..., no podían ser falsos, no podían ser una imitación.
   - ¿Y el puf...?, ¿Dónde está el puf...? -he preguntado nervioso y empezando a rastrear por la tapicería hasta que el dado con el otoman, pero tapizado en una piel beige muy parecida al color de Duna, tanto que los he presentado.
   - Duna..., te presento a Charles Eames
  El puf escondía su secreto discretamente y yo sonreía.
 
 
  

martes, 4 de noviembre de 2014

ESQUELETAJES ADMIRADOS.


   

 
 
   Creo que en el viejo taller de esqueletaje jamás se le hizo una foto a un armazón, si que puedo recordar a mi padre observando alguna de ellos y asintiendo varias veces satisfecho de su trabajo, incluso recuerdo una anécdota que me contó pocas veces.
  Un cliente le encargó un sofacito a medida para colocarlo bajo el hueco de la escalera de un portal, creo que era de estilo o puede que una Mariantonieta. En aquella época era normal encontrarte portales que recordaban al zaguán de una vivienda y que invitaban a esperar al vecino o amigo, acomodado en algunos de esos sofás o sillones, contemplando los tapices o los oleos que solían decorar las paredes, mirando hacia la calle viendo el trasiego de la gente o cruzando algunas palabras con el portero o con la portera.
  De niño pensaba que  esos porteros y porteras vivían en las entrañas de los edificios, pensaba que esos matrimonios que entraban  y salían por las puertas del entresuelo, habitaban los patios de luces y las salas de las calderas. Les tenia cierto temor, nunca nos dejaban jugar cerca de sus portales y conocían a nuestros padres, incluso conocían los secretos de aquellos edificios y los de sus moradores.
  Papá no llegó a hacerle una foto a aquel sofacito, pero si le dedico muchas miradas y muchas sonrisas de satisfacción, tantas miradas y tantas sonrisas que uno de esos días, papá volvió al despacho, rompió la factura que ya tenia hecha y preparó otra con un precio algo mayor. Pero el cliente seguía sin aparecer y papá seguía contemplando aquel sofacito todos los días, seguía sintiéndose orgulloso de él, tanto que volvió a romper la nueva factura y el precio subió de nuevo.
  Cuando el  cliente apareció por el taller se deshizo en elogios y se llevo el sofacito del zaguán feliz y satisfecho, pensando ya en como tapizarlo para que todos los vecinos y visitantes de aquel edificio pudiesen contemplarlo dignificando aquel lugar tan poco glamuroso, bajo el hueco de la escalera.