martes, 4 de agosto de 2015

QUIZAS RECORDANDO.





         Mi hermana Rosalía posa sobre el sillón que cambió mi vida, sobre la estructura desnuda de mi versión del R-160 de Grant Featherston..., quizás esté recordando su niñez en el taller de esqueletaje, cuando realmente era la vivienda de mis padres.
  Yo también conservo retazos de recuerdos, aún bastante intensos. Recuerdo cuando subía a la diminuta terraza en la que el olor a caca de gato era tan intenso que aún no lo he podido olvidar, recuerdo la sorpresa que me invadía cuando descubría las caras ocultas de los edificios, observaba el ir y venir de los gatos sobre las uralitas y escuchaba las charlas de algunas vecinas que tendían la ropa en las galerías.
  No puedo olvidar las tardes en las que bajaba al taller y me dedicaba a cargar basquets de leña que después arrastraba con un carrito de rodamientos hasta el horno de leña del tío Pepe. El hornero tenía una cadera hundida y siempre se apoyaba en un tosco bastón, aún así manejaba la pala de panadero con habilidad. Recuerdo que me paga algunos duros y que en Fallas me los gastaba comprando petardos verdes..., eso lo recuerdo y también recuerdo que el mayor placer era cuando conseguía suficiente dinero para comprar un mazo entero de petardos verdes. Después llegaron los masclets, brutales y ensordecedores, demasiado violentos para mi..., y todo eso ocurría en el taller como centro de nuestras infancias y que curiosamente se ha convertido en el centro de mi vida,