miércoles, 20 de febrero de 2013

ANGEL Y FLOR, TAPICERO Y COSTURERA, UN MATRIMONIO BIEN HILVANADO.


                                                                            
 Después de hacer fotos a la chaise longue que susurraba a los jinetes, volví a montar en Duna y rodé hasta la tapicería de Ángel Zamora y de su mujer, Flor.
   Paré en la puerta y mientras estaba haciendo fotos a Duna, Ángel asomó por la puerta sonriendo y abriéndome las puertas de su local.
  Nada más entrar la mujer de Angel se acercó sonriendo.
  - Vaya, por fin nos conocemos..., soy Bonache.
 - Ya lo sé, ya..., pero no me has dejado tiempo a rematar los cojines de la chaise longue.  
  -  Es que me he pasado por Comes y me he dicho, me paso ya..., bueno y no te preocupes que en las tapicerías siempre hay algo que ver.
  - Ya lo creo..., -interviene Angel- y mira, aquí tienes las chaise longue, aún me falta poner los herrajes a los cojines del respaldo.

                                               
    La chaise longue parece mirarme y casi como preguntando si me gusta el traje que Flor y Ángel han tejido para ella, yo casi le respondo que el polipiel negro es poco lucidor, demasiado negro en medio de todos los colores que asoman desde los muestrarios.

                                           
- Mira ¿a qué no sabes que ésto...?-me pregunta señalando hacia dos estrechas butacas de madera vista.                                 
 - Jo..., yo diría que son como butacas de iglesia, ¿no...?.
 Y Ángel suelta una risa.
  - De iglesia también tengo ahí dentro..., pero éstas son dos viejas butacas del cine Rialto.
   - ¡Coño..! -exclamo y durante unas décimas de segundo los recuerdos se apelotonan en mi mente, recuerdo aquellas hileras de butacas abatibles, recuerdo el NO-DO, el especial sonido de las salas de cine, la gigantesca pantalla a color, la oscuridad  de la sala..., y también pienso en Marga, de EnAteneo. Imagino que viendo esas butacas se dispararía su imaginación y crearía un post brillante, ameno y genial sobre esa mítica sala.

                                                
   Ángel me invita a pasar al taller donde trabaja él, Flor lo hace en una salita de costura, entre la pequeña exposición y la tapicería en si misma. Se sienta sobre una graciosa y comoda silla setentera o vintage y continua cosiendo las cremalleras.
   - Esa silla es preciosa... -murmuro mientras la enfoco con el móvil. Flor sonríe tímida pero sigue manejando la máquina, encarando la cremallera, ayudando a su marido, trabajando con él, estando ahí como la mejor cómplice que uno pudiese encontrar, como la mejor compañía, como la visita más deseada.
  - Y es muy cómoda -me contesta ella, sonriendo y dándome el perfil.
                                                      
                                                                   
    Flor se queda ahí y Ángel me enseña el resto de la tapicería, allí me encuentro con un venerable reclinatorio y con un audaz sillón de diseño que me recuerda mucho al precioso diseño de las sillas Panton. No puedo evitar comparar las dos piezas, madera contra fibra, tallas contra tubos de acero cromado, comodidad contra sufrimiento, sueño y reposo contra confesiones y remordimientos. Son las esencias humanas reflejadas en sus muebles y en sus objetos, en la decoración, en las distintas formas de concebir la existencia y los entornos. 


                                                                                            
   Pero en estas viejas tapicerías,en estos viejos talleres siempre hay algo más, siempre hay trabajos que quedaron olvidados, telas que en su día estuvieron de moda, por eso Ángel me enseña un viejo sofá de estilo Isabelino lacado en blanco, que reposa mudo y aún desnudo, esperando el día en el que alguien le mire y diga..., "lo quiero".                                               
                                           
  Por cierto, Ángel y Flor tienen su tienda-taller en la calle Marino Albesa de Valencia y responden al telefono 963301902..., en ese barrio ya casi que se puede oler el mar y la playa, desde allí, la Avenida del Puerto corre presurosa hacia él, hacia el gran azul.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

UN PRECIOSO Y EMOTIVO BORDADO EN CAÑAMAZO.



   
  Cuando entré en la tapicería y vi que los sofás ya no estaban, me sentí profundamente abatido y, de nuevo, la tristeza y el pesar brotaron desde mi corazón. Casi pude sentir como todas las ideas que ya tenía pensadas para el post ardían como en una mezquina quema de libros.
   Deseaba escribir sobre esas dos piezas que albergaban una belleza clasica, la elegancia de unas lineas derivadas del Chesterfield, de ese icono del que tanto hemos hablado.
   Pero a veces parece que los tapiceros dejan de ver o de sentir con intensidad esa belleza, el mundo colorista y el universo de texturas y tactos que ofrecen las telas y las pieles…, puede que porque conviven con ellas durante toda su vida, pero yo no he trascendido aún, quizás porque no soy tapicero.
   Soy esqueletero y paso mis días entre serrín y virutas, puedo contemplar la belleza de las vetas o de mis propios armazones, la armonía de algunos modelos pero nada más. Por eso, cuando visito a mis clientes y descubro algunas de esas piezas, me gusta contemplarlas y admirarlas, reconocerles el trabajo, hacerles fotografías y gozar con la belleza que crean con sus manos.
   Pero en la tapicería ya no estaban los sofás y el post ardía dolorosamente, incluso antes de ser escrito; estuve a punto de salir de allí, de volver a montarme sobre Duna y acelerar entre las calles de Valencia hasta salir de la ciudad, como intentando escapar de la soledad y de la incomprensión. Pero mientras me tragaba la pena y la angustia, aún pude descubrir un precioso bordado que me hizo sonreír, algo verdaderamente hermoso y cargado de vida, un cañamazo en el que una anciana de 85 años había tejido unos rosetones, verdaderamente conmovedores.




 Con ellos, estaban tapizando un par de silloncitos isabelinos que parecían sonreír al ir siendo vestidos con la ropa que la mujer había bordado para ellos, como cuando mi madre cosía la ropa para mi y mis cuatro hermanas.


 
  Recuerdo aquella visión tantas veces repetida, cuando llegaba del colegio por la tarde. Mi madre y sus amigas invadían el comedor de la casa y sobre la mesa esparcían los patrones de la revista Burda. Esos folios dobles albergaban miles y miles de rayas multicolores y de allí, de entre ese caos de líneas, salían los patrones de las prendas que después mi madre era capaz de confeccionar con habilidad y gusto…,casi, casi lo mismo que hacía el tapicero con esos silloncitos que parecían sonreír y que se dejaban hacer como cuando nuestras madres nos vestían y tomaban nuestras manos para guiarlas con cariño y delicadeza entre las mangas, después nos contemplaban, sonreían y nos daban un beso en la frente o nos estrujaban contra su pecho.

lunes, 6 de febrero de 2012

TAPIZADOS GÓMEZ



Julian y José son hermanos y abren su tapicería muy cerca de mi taller de esqueletaje, concretamente, en la calle Luis Lamarca, nº 35 de Valencia y responden los pedidos en este teléfono. 96 359 96 52.

Se formaron en el taller de Juan Vicente Comes y años después fueron capaces de abrir su propia tapicería.
Hoy les visito a pié, sin Duna, y lo primero que veo, nada más entrar, son los coloristas y divertidos pufs que hace José en sus ratos libres. No puedo evitar sonreir siempre que veo sus pantalones vaqueros convertidos en la piel de uno de esos pufs, a veces, también los tapiza con telas de saco, incluso, hace pequeños baulitos o cofres desde los que asoma esa simpática mascota.

Pero dentro me encuentro con algo más serio, un precioso y delicado tresillo de estilo isabelino, de sinuosas formas, esbelto y repleto de molduras y tallas. El sofá ya está desclavado y se muestra desnudo, esbelto, de finas líneas, ligero, grácil..., un estilo y unos esqueletajes muy distintos a los modelos actuales en los que la tapicería y los cojines enormes abundan.
 
En otro rincón de la tapicería descubro el sillón que aún muestra el relleno viejo con los agujeros que daban forma al acabado en capitoné.
Julián ignora mi presencia y yo tiro fotos, pero sonríe cuando le pido que pose para la eternidad. No quiere posar pero, al final, le convenzo amenazándole de hacerle una foto a la coronilla si no posa.
Sonríe algo tímido.
Julián y José no son de mucha cháchara, son trabajadores natos, personas que hacen las horas que hagan falta para que los encargos estén terminados en los plazos dados.

Julián y José fueron capaces de tapizar una rinconera que nadie, en España, podía hacer..., o éso fue lo que le dijeron a mi amiga Mariangeles, que cansada y derrotada de visitar tiendas y de encontrarse con las negativas de los comerciales, me preguntó si yo hacia sofás a medida.
- Mariangeles, ¿de qué crees que vivo....?.

Unos días despues Mariangeles vino con un catálogo y con un boceto hecho por su pareja.