
El viernes pasado me acerqué hasta el taller de tornería de Alejandro y Ángel Costa, les llevé unos cuadradillos para tornear y hoy, lunes, me han llamado para que pasase a recogerlos. La verdad es que me apetecía montar en Duna y creo que a ella le apetecía rodar. Unos minutos más tarde aparcaba en la Plaza Chopin de Valencia y nada más entrar en el taller me encontraba con una preciosa silla repleta de torneados y embogada con fibra vegetal, hecha a mano y recolectada de entre los montes de la región.




Me cuenta Ángel que ya de pequeño, de muy pequeñito, acudía al taller a recoger las virutas o a lijar y su hermano Alejandro añade que él iba al colegio, situado justo enfrente del taller, y que cuando acababa las clases también iba al taller a echar una mano, a barrer u ordenar los cuadradillos que dejaban los clientes para ser torneados.
Y de nuevo surge en mi mente la figura del aprendiz, la imagen del niño que cambiaba las actividades extraescolares por las visitas a los talleres, quizás no aprendían inglés o informática..., pero se estaban ganando el porvenir con un oficio, se estaban ganando la independencia como personas.



