viernes, 21 de marzo de 2014

VILMUPA Y TONINO, EL DECORADOR Y SU MUNDO.





 Duna volvía a llevarme hasta la calle Grabador Esteve de Valencia, recordé nuestra placentera visita a Sedere y decidí entrar cuando pasé por la puerta, saludé a Bea y a Diana y, ya que estaba allí,  les sugerí la idea de hacerles un Papa Bear.
   - Será un icono más para esta galería de famosos.
  No les pareció mala idea, charlamos un rato y me despedí.
  - Tengo que tomar medidas de un sillón en una tienda que se llama Vilmupa.
  - La tienes casi enfrente -me dijo Bea- en el número 16.
  - Perfecto..., venga, nos vamos viendo.
  Salí de Sederé y enseguida descubrí el escaparate de Vilmupa, también su peculiar entrada. La tienda no se abría a la calle, ocupaba un bajo anexo al edificio y se accedía por él, por el portal.
   Me asomé y enseguida me encontré con Tonino.
   - Hola, soy Pedro, me envía Comes para ver el sillón y el sofá.
   - Ah, perfecto, pasa, pasa..., soy Tonino..., bueno, mira, ése es el sillón y aquí tienes el sofá.
   - Ya, ya... -murmuré asintiendo y mirando a mi alrededor; la tienda me había dejado sorprendido y en lo último en que pensé fue en tomar las medidas del sillón y del sofá.
   - ¿Te importa que eche un vistazo a la tienda...?.
   - Claro que no, hombre.
   Sonreí y comencé a curiosear entre todo aquel mobiliario que recordaba a otros tiempos y a otras épocas, todo allí tenia el aire vintage tan de moda, desde las lamparas hasta las sillas, reconocí la silla Y de Wegner y algunas versiones de las Eames, junto con varias Rennes y con algunos silloncitos de estilo lacados en blancos.
  -Tonino.., tengo un blog y me gusta hacer reportajes a los tapiceros y las tiendas de decoración..., ¿puedo venir otro día ha hacerte un reportaje para mi blog...?.
   - Pues..., claro hombre.
   Sonréi y cuando volví a Vilmupa lo hice con la cámara  colgada del cuello y contemplándola a través del objetivo de la reflex, encuadre a encuadre, buscando rincones atractivos y encontrando a un maniquí que posaban sobre los muestrarios o un sillón, de un azul aterciopelado que descansaba junto a unas viejas maletas, puede que olvidadas por algún viajero que decidió quedarse allí, entre aquellos muebles o que cambiase de opinión y decidiese embarcarse en el velero rumbo a las Filipinas, para volver después con ese recuerdo, con ese enorme coleóptero, que me recordó a los escarabajos rinoceronte que me gustaba observar de niño en las noches estivales o al único ciervo volante que vi en mi vida, allí en la Sierra Calderona, también durante aquella infancia pasada entre pinares y escorpiones.  

 
Pero el viajero debió tocar tierra algo más lejos y decidió cambiar ese velero por una Harley con la que recorrió parte de esa mítica Ruta 66, después se asomó a las frías tierras de Alaska y  se topó con ese oso polar que terminó allí, donde olvidó esas maletas, en Vilmupa, en ese mundo que Tonino había creado para él y para sus clientes, como retazos de ese viaje imaginario, como si aquel viajero le hubiese contado a su vuelta todas sus vivencias, todos los recuerdos de ese viaje que terminaría dejando allí, en su local, en su tienda en su propia su creación, junto a esas maletas que volvió a dejar olvidadas.




     - Vaya...., este oso me trae recuerdos..., bueno Tonino, te tengo que preguntar por el nombre, ¿por qué Vilmupa...?
   Tonino sonrió, se encendíó un pitillo, después de salir a la calle, y respondíó.
   - Bueno, es un nombre compuesto, Vil de mi apellido Vila, Mu, del apellido de mi mujer, Muñoz, P de la inicial de mi hija Paula y la A, de mi hijo Antonio.
   - Me gusta..., o sea que Vilmupa sois todos, toda tu familia.
   - Pues si...., y ya van diez años de Vilmupa.
   - Guay..., y que sean diez más.

martes, 18 de marzo de 2014

EL ESQUELETERO QUE ADMIRÓ A GRANT FEATHERSTON.



http://www.bubok.es/libros/232071/EL-ESQUELETERO-QUE-ADMIRO-A-GRANT-FEATHERSTON
Pinchando aquí podreis comprar un ejemplar o descargaroslo.


    Me apetecía escribir este librito, esta breve semblanza de mi vida laboral, porque en los últimos dos años han ocurrido cosas que me han sorprendido gratamente, momentos felices y emotivos, pese a esta crisis que me sigue mordiendo con saña.
  En este librito hablo de mi infancia, de como visitaba a mi padre en el taller de esqueletaje y de como crecí junto a él, de como le acompañé en los ultimos años de su vida y de como la crisis me dejó casi arruinado, impotente y desconcertado.
  No sabía donde buscar trabajo ni como, me hundía, sentía el aliento del lobo en la nuca y ya me daba por vencido..., hasta que María Hernández me sugirió que abriese un blog sobre mi trabajo.
   Aquel fue uno de los mejores consejos que darían en mi vida y con la ayuda de María abrí este blog y, lentamente, mi vida fue cambiando,empecé a tomar decisiones y a creer en mis ideas..., algunas de las cuales he decidido contar en "El esqueletero que admiró a Grant Featherston" y que ahora publico en Bubok para que a quien le apetezca la pueda comprar o descargar, gratuitamente. 
Espero que os guste.


   Por cierto, este genial fotomontaje es obra de ella...., de María.

domingo, 2 de marzo de 2014

UN OSO EN LOS JARDINES DEL RIO TURIA.


    Recuerdo el día en el que María me envió un enlace para que viese como Hans Wegner promocionaba su Papa Bear, a principios de los años cincuenta. En el enlace, se le podía ver sentado en su oso particular, domesticado y dulzón, acogedor y cálido. Wegner parecía un adolescente inquieto y se sentaba de medio lado o colgaba una pierna por encima del reposabrazos..., venía a decirnos que dentro del Papa Bear te podías sentar como te daba la gana, bien erguido, para leer atentamente, o repantigado, cruzado o como abrazado a las garras del bonachón plantígrado.


  También recuerdo una serie de fotos del Papa Bear dejado caer en medio de un frondoso bosque, podría ser un espeso hayedo o un bosque de fresnos, de arces o de robles..., todas maderas nobles que aquellos diseñadores daneses no vacilaron en usar para dar forma y volumenes a sus diseños.
    Aquella imagen me impactó y finalmente decidí cargar con uno de los osos, después de dormirlo con un dardo, y bajarlo a los jardines del río Turia.


  Lo que me rodeaba no era un hayedo, ni un bosque interminable de coníferas, era una pequeña umbría en la que los olivos alzaban sus ramas libres de podas, incluso recordaban al amplio copete del Papa Bear. Me fijé en los retorcidos troncos y en las ricas texturas de una corteza que escondía una hermosa madera.
   Decidí que ese era el lugar, entre viejos olivos que observarían al Papa Bear como a un turista de piel blanca y ojos azules llegado del frío norte de Europa, de la misma forma que el oso se preguntaría qué árbol era ése que también le miraba como los ojos de un anciano milenario.