La universal atronaba al fondo del taller, mientras que la musica sonaba a la entrada, sin que yo pudiese escuchar esos temas que a veces me emocionaban hasta el punto de hacerme llorar y que también me inspiraban o me animaban en el paso de las horas en soledad.
Pero Juan Carlos Estruch si que podía escucharla, habia entrado y yo ni me habia enterado, envuelto en el ruido de las maquinas. Cuando le vi observandome bajo la luz natural de las claraboyas me sorprendí.
- ¡Coño, no te he oido entrar..!-exclamé.
- Pero que cojones me vas a oir entre el jaleo de la maquina y la música....-replicó Juan Carlos, cabeceando y mirando a su alrededor como si fuese la primera vez que estuviese en el taller- eres la hostia, aquí estas de puta madre, tu solo, a tu aire, escuchando musica, asomandote a la calle cuando oyes tacones..., ójala pudiese estar yo así de tranquilo.
Paré las maquinas y un tema de Adele comenzó a sonar en ese mismo momento.
- Joder...., esta canción me encanta -murmuré ante la sonrisa de Juan Carlos- la verdad es que aquí estoy tranquilo y me conformo con poco, no aspiro a nada mas..., pero te aseguro que vivo al día economicamente, si me pasase algo a mi...., mi mundo se resquebrajaria y nadie de mi familia me podría echar una mano...., pero bueno, de momento me siento como un galgo que vagabundea por la inmensa meseta sin que nadie le obligue a correr detrás de una liebre que despues no se podrá comer.
- Ya..., pero te digo que todo tiene su recompensa, estas aquí solo y haces y deshaces a tu antojo, no dependes de un socio o de unos trabajadores..., todo lo haces y lo decides tu.
- Eso si que es verdad... -le respondí- y es importante desde luego.
Y claro que era importante, aquella soledad me estaba permitiendo vivir y trabajar a mi aire, me estaba permitiendo dejar rienda suelta a mi imaginación, por eso me imaginé resucitando al Wing Chair de Grant Featherston, del olvido, no aparecia en las revistas de decoracion, ni en AD ni en Nuevo Estilo, ni si quiera los chinos se acordaban de ese orejero alto y orejudo, de asiento estrecho y bracitos como timidos tentaculos que surgian del propio respaldo sin llegar a ser autenticos reposabrazos, como si todo el asiento fuese una ameba que adquiriese las formas de un sillón..., o eso imaginaba en mis delirios de esqueletero errante, o puede que el errante fuese ese sillón, mi deseo era llevarlo de aquí para allá, dejarlo en un café y despues en un escaparate, en una tienda de modas o en la Plaza de la Reina, en la calle Colon o en cualquier callejuela del casco historico deValencia...., sería el australiano errante que ofrecia diseño y confort, que resurgía mas de 65 años despues.