sábado, 23 de febrero de 2013

ACERO Y PIEL, UN WASSILY TAPIZADO CON PIEL DE VACA.

 
                                                                              
    Duna se hizo la remolona a la hora de arrancar pero al final la mezcla de aire y gasolina explotó y el cigueñal dió una vuelta, después otra y una más, cientos, miles de vueltas que comenzaron a transformarse un sonido agradable acompasado que subitamente se volvió un bramido infernal cuando el asfalto se hundió en la tierra y entramos en el largo túnel. El huracán quedó arriba, también el fuerte viento racheado que nos habia zarandeado y que me habia acribillado la cara con una nube de polvo convertida en diminutos perdigones, pero allì abajo, entre los muros de hormigón, el sonido rebotaba y se sumaba al del tráfico, al de la rodadura, al de los esapes. 
   Un bramido ensordecedor que la primera que sentí me aterrorizó, lo recuerdo perfectamente, aquella vez, encima de mi 125, pensé que estaba a punto de ser aplastado por un trailer, pero no, era mi falta de experiencia. En los túneles ocurre eso, te sientes más indefenso que nunca, te sientes vulnerable, débil y como vendido en medio de ese ruido infernal, envuelto en la penumbra y observando fijamente los pilotos rojos del coche que te precede, sin ver el asfalto, siguiéndolo, manteniendo la distancia y teniendo la sensación de que las ruedas giran en el vacío.
   Pero el sonido se esfumó al salir del túnel, regresó el sol y el empujón del viento. Duna y yo bailoteamos un poco, fuimos de un lado a otro del carril y de nuevo la tierra volvió a balearnos
  El viento llegaba enloquecido desde las montañas y peinaba las extensas huertas, se llevaba consigo miles de granitos de tierra y los lanzaba contra nosotros. Impactaban contra el casco jet, contra la visera, contra el deposito, contra los cilindros. El viento aullaba, incluso entre los resquicios de la puerta de la tapicería de Josep Avelino Devis.
  Acaba de llamar al timbre y escuchaba sorprendido como silvaba, como variaba de tono, como cantaba y chirriaba escurriéndose entre las junturas del aluminio, de esas hojas que también vibravaban y se sumaban al alucinante coro, hasta que Josep abrió la puerta.
   - ¡ Coño, que aire hace...! -protesté.
   Pasé y me encontré con el taller lleno de piezas para retapizar, alguna descalzadora, un par de balancines, alguna butaca de madera vista y ya dentro, cerca de la mesa de corte descubrí un sillón Wassily que me miró balanceando su enorme cabeza y sin dejar de rumiar.




                                                                                                     
   Un preciosa piel recubría el acero cromado y curvado, el icono del diseño mostraba los preciosos dibujos de la naturaleza, se dejaba vestir por algo natural y ancestral, por algo que permitió a homo sapiens colonizar la vieja Europa y soportar las glaciaciones y los inviernos maás crudos, que permitió acunar a sus bebés cálidamente entre pieles trabajadas con útiles de piedra, que llevó al descubrimiento de las agujas de hueso, del hilo y de las costuras y que empezó a esbozar el camino, del ornamento, del arte, de la decoración, de los oficios primigenios.

miércoles, 20 de febrero de 2013

ANGEL Y FLOR, TAPICERO Y COSTURERA, UN MATRIMONIO BIEN HILVANADO.


                                                                            
 Después de hacer fotos a la chaise longue que susurraba a los jinetes, volví a montar en Duna y rodé hasta la tapicería de Ángel Zamora y de su mujer, Flor.
   Paré en la puerta y mientras estaba haciendo fotos a Duna, Ángel asomó por la puerta sonriendo y abriéndome las puertas de su local.
  Nada más entrar la mujer de Angel se acercó sonriendo.
  - Vaya, por fin nos conocemos..., soy Bonache.
 - Ya lo sé, ya..., pero no me has dejado tiempo a rematar los cojines de la chaise longue.  
  -  Es que me he pasado por Comes y me he dicho, me paso ya..., bueno y no te preocupes que en las tapicerías siempre hay algo que ver.
  - Ya lo creo..., -interviene Angel- y mira, aquí tienes las chaise longue, aún me falta poner los herrajes a los cojines del respaldo.

                                               
    La chaise longue parece mirarme y casi como preguntando si me gusta el traje que Flor y Ángel han tejido para ella, yo casi le respondo que el polipiel negro es poco lucidor, demasiado negro en medio de todos los colores que asoman desde los muestrarios.

                                           
- Mira ¿a qué no sabes que ésto...?-me pregunta señalando hacia dos estrechas butacas de madera vista.                                 
 - Jo..., yo diría que son como butacas de iglesia, ¿no...?.
 Y Ángel suelta una risa.
  - De iglesia también tengo ahí dentro..., pero éstas son dos viejas butacas del cine Rialto.
   - ¡Coño..! -exclamo y durante unas décimas de segundo los recuerdos se apelotonan en mi mente, recuerdo aquellas hileras de butacas abatibles, recuerdo el NO-DO, el especial sonido de las salas de cine, la gigantesca pantalla a color, la oscuridad  de la sala..., y también pienso en Marga, de EnAteneo. Imagino que viendo esas butacas se dispararía su imaginación y crearía un post brillante, ameno y genial sobre esa mítica sala.

                                                
   Ángel me invita a pasar al taller donde trabaja él, Flor lo hace en una salita de costura, entre la pequeña exposición y la tapicería en si misma. Se sienta sobre una graciosa y comoda silla setentera o vintage y continua cosiendo las cremalleras.
   - Esa silla es preciosa... -murmuro mientras la enfoco con el móvil. Flor sonríe tímida pero sigue manejando la máquina, encarando la cremallera, ayudando a su marido, trabajando con él, estando ahí como la mejor cómplice que uno pudiese encontrar, como la mejor compañía, como la visita más deseada.
  - Y es muy cómoda -me contesta ella, sonriendo y dándome el perfil.
                                                      
                                                                   
    Flor se queda ahí y Ángel me enseña el resto de la tapicería, allí me encuentro con un venerable reclinatorio y con un audaz sillón de diseño que me recuerda mucho al precioso diseño de las sillas Panton. No puedo evitar comparar las dos piezas, madera contra fibra, tallas contra tubos de acero cromado, comodidad contra sufrimiento, sueño y reposo contra confesiones y remordimientos. Son las esencias humanas reflejadas en sus muebles y en sus objetos, en la decoración, en las distintas formas de concebir la existencia y los entornos. 


                                                                                            
   Pero en estas viejas tapicerías,en estos viejos talleres siempre hay algo más, siempre hay trabajos que quedaron olvidados, telas que en su día estuvieron de moda, por eso Ángel me enseña un viejo sofá de estilo Isabelino lacado en blanco, que reposa mudo y aún desnudo, esperando el día en el que alguien le mire y diga..., "lo quiero".                                               
                                           
  Por cierto, Ángel y Flor tienen su tienda-taller en la calle Marino Albesa de Valencia y responden al telefono 963301902..., en ese barrio ya casi que se puede oler el mar y la playa, desde allí, la Avenida del Puerto corre presurosa hacia él, hacia el gran azul.