Papá nunca le llamó oficina, siempre fue el despacho del taller de esqueletaje, en él pagaba a sus trabajadores o llamaba a sus clientes antes de que llegasen los telefonos sin cable. El telefono era uno de aquellos de bakelita negra, enorme y pesado, con ruleta giratoria y con los numeros escritos en boli detrás de una tapita de plastico transparente.
Pero en los ultimos años, papá utilizaba el despacho para guarecerse y para descansar, leía alguna novela o dibujaba lo que veía allí sentado,o pintaba pequeños óleos, también almorzaba o hacÍa combinaciones de la quiniela y de la primitiva. En el despacho recibia a sus amigos de quinta, de su misma edad y que realmente lo que deseaban era sentarse en aquel cuartucho y charlar un rato de manera intima.
Y parece que nada ha cambiado, quizás el telefono..., por lo demás todo permanece igual, sobre el suelo hidraulico espera una silla vacia a las visitas y sobre las paredes desconchadas cuelgan las cañas de pescar que papá hacia con las cañas del rio Turia, las recolectaba muy cerca de la calle y las dejaba curar en un rincon del taller, despues las enderezaba entre carbones incandescentes y los sabados iba a pescar con ellas a las golas del Puchol o del Perellonet.
Y decadas despues, yo también recibo en el viejo despacho a mis amigos, les hago sentar en la austera silla y les digo.
- No tengo caramelos.
Y a veces me contestan.
- Y ni calefación, cabrón.