Duna y yo visitamos la tapicería de Josep Avelino Devis, dejamos la urbe, el centro de Valencia y llegamos hasta Casas de Bárcena, un pueblecito típico de la huerta valenciana; los campos de tierra esponjosa y rica se abren a las mismas puertas del local y el ambiente se percibe despejado, fresco, con matices de otros tiempos y de otras formas de vida.

Pero quien me recibe no es Josep, es Manolo, su oficial, que se asoma cuando oye el sonido de Duna, me mira casi perplejo y mueve la cabeza asombrado ante la 535.
-¿Quién te ha tapizado el sillín...?.
- Pedrín..., tu aprendiz.
Manolo vuelve a cabecear..., Pedrín es mi sobrino y estuvo trabajando con él hace unos cuantos años, pero la juventud suele ser inquieta y, a veces, poco reflexiva. Pedrín se marchó de la tapicería y Manolo perdió el que podría ser uno de los últimos aprendices del oficio.
Mi llegada les sorprende a punto de almorzar, les pido que continúen y así lo hacen; la verdad es que estoy a punto de sentarme con ellos. Almuerzan en el mismo taller, sentados uno junto al otro, empresario y trabajador, compartiendo aceitunas, altramuces, unos sorbos de vino tinto.

De nuevo, contemplo una imagen de otro tiempo con la diferencia de que no hay chiquillos barriendo el taller o ayudando a desclavar, no hay jóvenes aprendiendo el oficio junto al oficial, que obra de trabajador y de maestro, al tiempo que produce y trasmite el conocimiento.
Pero todo cambia, y no vale aquello de que "tiempos pasados fueron mejores", fueron distintos, fueron otros tiempos.
Mientras almuerzan me dedicó a trastear y a echar unas fotos, aunque cuando me encuentro con la coqueta chaise longue me siento algo defraudado. Un terciopelo negro apaga sus líneas, casi que desluce sus formas redondas, suaves y agradables..., pero las manos de Manolo han hecho bien su trabajo, como siempre, y consigue que el capitoné del respaldo y del brazo den vida a ese negro que, de vez en vez, es capaz de reflejar algún brillo.
Me encanta como ha claveteado los tachones, los sigo con la mirada y agradezco el color, el pulimento en el remate del brazo, que añade algo de luz y contrasta, aunque sea ligeramente.
Y allí, entre piezas de goma espuma, entre esqueletaje esperando ser tapizado, entre máquinas de coser, descubro unas líneas retorcidas, enrevesadas, finas y elegantes, tiras de madera que trazan dibujos como en el aire, tan finos y delgados.


