El niño que de vez en cuando se asomana por la ventana de aquella diminuta planta baja, era yo, y Serafín, el tornero debía de estar acostumbrado a que niños y ancianos le observasemos mientras torneaba manualmente en aquel estrecho y pequeño local, porque sonreía y continuaba torneando como si aquel cuchitril fuese un mundo diferente al de la calle y al de los viadantes y niños que curioseabamos desde fuera.
Han pasado mas de treinta años desde que el niño, de camino o de vuelta al cole, se paraba durante unos segundos a ver como giraba la madera y a ver como saltaban unas virutas que poco a poco iban inundando aquel cuarto, o aquella habitacion en la que tan solo cabia el torno, el tornero y poco mas..., bueno, si, también habia espacio para un calendario y para un poster del Levante UD.
Serafín torneaba inclinado hacia delante y sujetando las gubias y los formones como si fuesen partes de su propio cuerpo, podía sentir a traves del acero como cortaban y como poco a poco daban formas, como surgían los bordones o como las medias cañas penetraban en la madera...., y esos sentimientos fueron los que trató de transmitirme, cuando se jubiló y cuando mi padre le hizo una oferta por ese viejo torno.
Quien le iba a decir a aquel niño que terminaría aprendiendo a manejar aquel mismo torno y que tornearia con las mismas gubias y formones de Serafín.
- Es que hay otra persona que también lo quiere -contesto Serafín.
- Hacemos una cosa, te compro el torno y te doy una llave del taller de esqueletaje para que tornees cuando quieras...., pero, eso si, me gustaria que enseñaras a tornear a mi hijo.
Imagino a Serafín sonriendo bajo aquel bigotillo cano que recordaba a veces a de Albert Einstein, era un hombre delgado e introvertido, sosegado y al tiempo entusiasta, pero ante todo era tornero, quizás por eso la idea de poder seguir torneando le hizo decir que si.
Recuerdo que instalamos el torno en el taller de esqueletaje y que tuvimos que hacerle un banquito para que Serafín pudiese trabajar, era mas bajito que yo.
También recuerdo cuando empezó a darme aquellas primeras clases magistrales, era un hombre tranquilo y paciente. Se ponía a mi lado y me enseñaba a como sujetar las herramientas.
- No aprietes, deja que corte ella -susurraba mientras las virutas volaban a izquierdas o derechas segun desplazaba la gubia de desbastar sobre una pieza de nogal.
- ¿Que vamos a hacer...? -le pregunté.
- Sigue desbastando...., vale, ahora coge el formón y marca ahí y ahí..., bien, sigue así...., ahora otra vez la gubia y rebaja. Vuelve a coger el formon y marca ahí y ahí...., ahora ten cuidado no te vayas a enganchar, ves matando y redondeando, pero cuidado no se te escape y le pegues a la grifa con el escoplo.
- ¡¡ Ah, ya se lo que es..¡¡ -afirmé mientras algunas virutas se me metían en la boca.
- Ya verás que buenos salen los ajoaceites con esta maza..., si la consigues acabar sin engancharte...., ten cuidado y mueve tu cuerpo con la gubia, acompañala, muevete con la herramienta como si fuese una parte de ti, baila con ella.
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Y aún la conservo..... |
Y realmente algo de Serafín quedó en mi, conservo aquella maza de nogal para los ajoaceites y algo muy especial para aquel tornero que torneaba en un estrecho bajo de la calle Pintor Stolz de Valencia...., su poster del Levante UD, su torno y sus gubias y formones.
Serafín tan solo tuvo tiempo para enseñarme a tornear patas, pero sus enseñanzas fueron suficientes para que hoy en dia me pueda defender con ese torno manual y casi que no hay dia en el que recuerde aquella sabia decisión de papá de comprar el torno y una infima parte de los conocimientos de Serafín.