Cuando entré en la tapicería y vi que los
sofás ya no estaban, me sentí profundamente abatido y, de nuevo, la
tristeza y el pesar brotaron desde mi corazón. Casi pude sentir como todas las
ideas que ya tenía pensadas para el post ardían como en una mezquina quema de
libros.
Deseaba escribir sobre esas dos piezas que albergaban una belleza clasica, la elegancia de unas lineas derivadas del Chesterfield, de ese icono del que tanto hemos hablado.
Pero a veces parece que los tapiceros dejan de ver o de sentir con intensidad esa belleza, el mundo colorista y el universo de texturas y tactos que ofrecen las telas y las pieles…, puede que porque conviven con ellas durante toda su vida, pero yo no he trascendido aún, quizás porque no soy tapicero.
Pero a veces parece que los tapiceros dejan de ver o de sentir con intensidad esa belleza, el mundo colorista y el universo de texturas y tactos que ofrecen las telas y las pieles…, puede que porque conviven con ellas durante toda su vida, pero yo no he trascendido aún, quizás porque no soy tapicero.
Soy esqueletero y paso mis días entre serrín y virutas, puedo contemplar
la belleza de las vetas o de mis propios armazones, la armonía de algunos
modelos pero nada más. Por eso, cuando visito a mis clientes y descubro algunas
de esas piezas, me gusta contemplarlas y admirarlas, reconocerles el trabajo, hacerles fotografías y gozar con la belleza que crean con sus manos.
Pero en la tapicería ya no estaban los sofás y el post ardía
dolorosamente, incluso antes de ser escrito; estuve a punto de salir de allí,
de volver a montarme sobre Duna y acelerar entre las calles de Valencia
hasta salir de la ciudad, como intentando escapar de la soledad y de la
incomprensión. Pero mientras me tragaba la pena y la angustia,
aún pude descubrir un precioso bordado que me hizo sonreír, algo verdaderamente
hermoso y cargado de vida, un cañamazo en el que una anciana de 85 años había
tejido unos rosetones, verdaderamente conmovedores.
Con ellos, estaban tapizando
un par de silloncitos isabelinos que parecían sonreír al ir siendo vestidos con
la ropa que la mujer había bordado para ellos, como cuando mi madre cosía la
ropa para mi y mis cuatro hermanas.
Recuerdo aquella visión tantas veces repetida, cuando llegaba del
colegio por la tarde. Mi madre y sus amigas invadían el comedor de la casa y
sobre la mesa esparcían los patrones de la revista Burda. Esos folios dobles
albergaban miles y miles de rayas multicolores y de allí, de entre ese caos de
líneas, salían los patrones de las prendas que después mi madre era capaz de
confeccionar con habilidad y gusto…,casi, casi lo mismo que hacía el tapicero
con esos silloncitos que parecían sonreír y que se dejaban hacer como cuando
nuestras madres nos vestían y tomaban nuestras manos para guiarlas con cariño y
delicadeza entre las mangas, después nos contemplaban, sonreían y nos daban un
beso en la frente o nos estrujaban contra su pecho.
Es una lástima que no pudieses hacer las fotos del trabajo terminado. Pero imaginamos lo bien que habrán quedado.
ResponderEliminarY lo contenta que estará ahora mismo su dueña!
Un abrazo
Pues si Jurguen, y se que esos sofás se tapizaron con una tela anaranjada preciosa...., y si, la dueña estaba muy contenta, por lo menos eso me lo contó el cliente.
ResponderEliminarUn abrazo,Jurguen.
Tienes razón Pedro, lo nuestro es como la cirugía, después de años abriendo seres, se inmunizan ante las vísceras, pero siempre son de admirar las obras como las que, magistralmente, tu amigo tapicero se maneja.
ResponderEliminarPor cierto, toda una artista la señora ;)
Un abrazo.
Lastima pero bueno no se puede estar por todo.Y mas si todo ocurre fuera de tu taller y control. Un saludote
ResponderEliminarY que laborioso, el motivo de las sillas. Si es que este mundo está lleno de pequeños artistas.
ResponderEliminarTapestry, Oscar...., me hubiese gustado coincidir con esa señora, habría dado juego, ¿eh colegas....?, me habría salido un post kilometrico, pero si, estaba tan bien bordado y tenía tanto sentimiento que no podía quedar enterrado en su casa, ajeno al gran publico.
ResponderEliminarPor cierto Oscar, desde que monto en moto tengo mas "control", a la minima me planto en las tapicerias armado del móvil en modo cámara, je, je, je.
rollo "Halcón callejero" jaja
ResponderEliminarQue si Oscar, que si...., pero lo mejor es que yo nunca habia montado en moto, ni siquiera en vespino, fue por cuna mujer....., por quien empecé a montar,me compré una custom de 125 y despues me saqué el carné para poder montar a Duna..., y de eso tan solo hace dos años...., y tengo 46, je, je, je.
ResponderEliminaryo al reves tuve un vespino y luego una peugeot 50.Las 10000 pesetas que me costo el carne de moto gorda solo me han servido para catar las motos de los amigos.
ResponderEliminarPrecioso bordado, el caso es que tengo un sillón muy parecido a ese... pero no, no me veo bordando con esa maestría.
ResponderEliminarHe estado paseando por tus posts anteriores y me ha encantado el del taller, está repleto de recuerdos. Con el paso del tiempo, yo voy huyendo un poco de esos "objetos fetiche", aunque entiendo perfectamente que son tus utensilios de trabajo. Tal vez los objetos me traen ya demasiados recuerdos de personas que me gustaría que siguiesen conmigo.
Ah, tengo una visita pendiente, un día de estos te llamo. Me gustaría llevar a mi hijo para que conociese un taller como el tuyo.
Son verdaderos fetiches Julia, pero lo alucinante es que trabajo con esas herramientas,las sigo usando, igual que las máquinas, que parecen sacadas de otra época.
ResponderEliminarMe encantaría que pasaras con tu hijo...,todas las mañanas pasan riadas de niños de camino al cole, algunos miran, otros van medio dormidos y un chiquillo chino me preguntó un dia que estaba descargando tablones.
-¿Y aquí que haces...?.
- Sofás -le contesté.
-¿Solo sofás..? -replicó mirando el mogollon de madera, como no entendiendo que solo hiciese sofás.
- ¿No querrás que haga palillos...?.
Soltó una risa y se fue al cole.