El lunes sentí miedo cuando la universal empezó a hacer un ruido raro, enseguida me vino el recuerdo de cuando se gripaban los rodamientos del eje principal.
Aquello suponía una especie de gran parada y, entre papá y yo, lográbamos cambiar los rodamientos, pero papá ya no estaba y yo, sólo, me sentía incapaz de cambiarlos. Probé a mover el eje con la mano y lo noté como trabado, entonces se me ocurríó comprobar algunas de las poleas de arrastre y descubrí que estaban a punto de romperse. Cambié las tres poleas, engrasé los rodamientos y desapareció el ruido, pero el olor de la grasa quedó en mis manos, recordándome, una y otra vez, a él, a papá, durante ese día entero que duraba la gran parada.
Y al día siguiente, ya mucho más relajado, salí a hacer los 60 kilómetros de siempre, con la bici de carretera, deseando llegar a ese campo abandonado de naranjos para comerme un par de sus deliciosas, dulces y jugosas, naranjas.
Mientras las pelaba observaba las flores del azahar y las nuevas hojas de un verde oscuro, limpio y sano, lleno de vida. El viento arreciaba y con el móvil apagado y guarecido tras sus ramas, me sentía solo en el mundo, era de nuevo Neville, comiendo de lo que daba la tiera, bebiendo agua cogida de una fuente y lavándome las manos con esa misma agua. En ese momento, un recuerdo ha surgido de no sé donde y he visto a mi padre cuando se lavaba las manos al final de las jornadas de pesca en el Perellonet.
- Échame agua, Pedrín -me pedía, mientras yo vertía de la botella.
Después me lavaba yo y regresábamos a casa en el Seat 124, por la noche llegaba a soñar con el suro y en cómo se hundía cuando picaban las llisas, de manera sutil y delicada.
Despues de regresar a la realidad, he pedaleado hasta casa y a última hora de la tarde una peculiar luz se ha asomado por el taller, me ha recordado a la luz que lo inundaba antes de que el barrio creciese y las viviendas se alzaran deteniendo la luz del sol.
Ha sido una imagen del pasado y del presente, el taller, sus tablones y las plantillas colgando de las fatigadas paredes, el dibujo de un orejero en papel, después dibujadas en cartón y, finalmente, sobre la madera.
Con el sacabocados he hecho los agujeros en las nuevas plantillas, las he unido con un cordel y el nuevo orejero ha quedado colgado junto a las decenas de modelos que reposan, casi eternamente, hasta que alguien vuelve a acordarse de ellos.
Es curioso, papá cubrió estas paredes con sus plantillas y la historia se repite, ahora voy colgando, poco a poco, las mías, dejando un registro de las modas y de las tendencias de cada época, de cada década, de los deseos de las personas.
La de plantillas que habré "taladrado" a base de sacabocados... anda que no hace años de aquello, empapando oficio mano a mano con el instructor sacando plantillas y prototipos... luego todo se volvió rutínico y serioso hasta la saciedad.
ResponderEliminarUna entrada con aires de nostalgia y es que somos lo que recordamos, amigo Pedro.
Un abrazo.
Es curioso Tapestry, todos seguimos los mismos pasos, observar, aprender y despues poner en practica ese aprendizaje. Y si, hay cierta nostalgia, recuerdos que ultimamente brotan de golpe cuando algo del presenter cataliza esos recuerdos... y surgen congelando el tiempo en ese momento.
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