El viejo terciopelo rojo y el claveteado, aún daban cierta vida y porte al viejo orejero que Brauli me trajo para replicar. En un principio, mi cliente había pensado desclavar y retapizar el viejo orejero, pero al descubrir los agujeros de la carcoma y los restos de un anterior retapizado, muy poco profesional, no habían retirado la tela anterior, decidió hacer dos esqueletos, dos armazones nuevos.
Lo observaba y no pude evitar buscar las marcas o las firmas del esqueletero que los fabricó en su día y cual fue mi sorpresa al encontrar la impronta del viejo ebanista, la letra de mi padre sobre un armazón de casi cuarenta años.
Cabeceé y no puede evitar pensar en la Rueda de la Vida, mi padré ya no estaba y su obra aún continuaba ahí fuera, ocupando salones, dormitorios o zaguanes..., o regresando al taller que les dió forma.
El viejo sillón orejero, reducido y aún elegante pese a su vejez y a su estado, era la prueba de una forma de pensar y de trabajar en la que no cabían los términos actuales del usar y tirar o el de la obsolescencia programada. Se trabajaba bien y a conciencia porque se respetaba al cliente.









Y Brauli Ortega cargando el silloncito. Al fondo de la furgoneta se ve otro orejero que también repliqué, pero en aquel caso el esqueleto estaba, literalmente, machacado y se asemejaba más a un pecio que a un sillón.


Cabeceé y no puede evitar pensar en la Rueda de la Vida, mi padré ya no estaba y su obra aún continuaba ahí fuera, ocupando salones, dormitorios o zaguanes..., o regresando al taller que les dió forma.










Y Brauli Ortega cargando el silloncito. Al fondo de la furgoneta se ve otro orejero que también repliqué, pero en aquel caso el esqueleto estaba, literalmente, machacado y se asemejaba más a un pecio que a un sillón.