domingo, 5 de agosto de 2012

NUEVO ESTILO, NÚMERO 413, AGOSTO.



Nuevo Estilo viste su portada de agosto mirando a las plácidas costas mallorquinas desde la terraza de una casa de ensueño, los vasos azules y la tapicería del mismo color parecen salpicaduras de ese Mediterráneo, de ese pedazo de mar cargado de historia y de vida. Pero en este número no solo nos muestra esta casa, bautizada en la misma portada como casa oasis; en las páginas interiores nos invitan a visitar más casas de ensueño, nos invitan a asomarnos a miradores que se vuelcan de nuevo sobre las aguas del Mare Nostrum, en las que predominan los blancos y los azules, en las que predomina el movimiento, el ir y venir de las olas o el trasiego subacuático de las corrientes marinas. Pero una vez dentro de este sueño de casa, no termina de gustarme la decoración, exceso de blancos, ausencia de tonos cálidos y, sobre todo, ausencia de algo que relacione la abundancia de vida del mar y su diversidad biológica con esa misma decoración, pero bueno, éso es una cuestión de gustos y los míos son algo raritos.


Incluso la piscina resulta contradictoria en una vivienda a orillas del mar o puede que ese mismo mar se halla convertido en el fondo...., en otra pieza de la decoración.

Sin embargo, en otra de esas casas descubro el lado extremo, todo piedra, todo sobriedad orgánica, todo esencia como reza el titulo del artículo. Su pétrea fachada me gusta, a mi es la que más me gusta, insisto, quizás por esa abundancia de piedra, quizás por esos jardines en bancales retenidos por muretes de más piedra encajada, quizás porque las aberturas de la fachada mantienen viva la esencia de esta casa y su funcionalidad básica de palomar y establo.



En su interior, la piedra vuelve a llenar todo lo que podemos ver, asoma la viguería de madera pero el material básico, el material de la tierra, está omnipresente y a mi me llega a recordar los pasillos de un monasterio o a sus propias celdillas. La decoración es casi tan sobria como la piedra, como los imponentes muros que nos rodean y nos envuelven, ni siquiera hay armarios en la cocina y los útiles cuelgan de una placa métalica, que trata de aligerar esa maciza dominancia de la piedra, realmente es un guiño a la pulcritud y limpieza que debe de reinar en una cocina.



En el exterior, apenas si hay cobertura que nos proteja del sol, los centenarios olivos transplantados necesitarán de otros cien años para poder cobijarnos bajo su sombra y de nuevo, los muretes fraccionan los espacios y unas tumbonas de madera invitan a reposar junto a una piscina serena y envuelta por los guijarros y la eterna piedra.




Quizás esta casa desentona con el resto de los contenidos de la revista, con las casas burbujas plantadas en mitad de los bosques o con todas las sutilezas decorativas que nos muestra entre sus páginas, desde la pureza del córvido que decoraba el salón de la Eames House hasta la recreación en arce sin pulimentar de los hermanos Boroullec, de esa misma pieza.


Pero como el oficio deforma la mirada, no puedo evitar fijarme en los tapizados de este número estival y ya en la sección Verlo y Quererlo, descubro dos piezas interesantes, un sofá de los años 50, diseñado por Bengt Ruda y, justo en la página anterior, una silla que me recuerda muchísimo a la serie Contour de Grant Featherston, esa cruceta inferior y las líneas fluidas vuelven a llevarnos a la década de los cincuenta.



Y otro articulo interesante ha sido la reseña biográfica de Joe Colombo, según describe Ana Isabel Hernández, “Fue un visionario, un creador sin parangón que siempre miró hacia el futuro…”, y leyendo este magnífico artículo descubres que siempre han existido personas que se adelantaron demasiado a su tiempo. Colombo se obsesionaba con la multifuncionalidad y creaba ambientes tan futuristas y prácticos que solo podían surgir de una mente inquieta y que veía los entornos de una forma especial, diferente, única.

jueves, 26 de julio de 2012

MIGUEL MARÍA, TAPICERO DESDE LOS 12 AÑOS.


Duna va remontando el puente sobre las vías que confluyen, desde toda España, en la Estación del Norte. Rodamos tranquilos tras un turismo de autoescuela y, después, me desvío a la derecha, buscando el número 62 de la calle Bernat Descoll de Valencia, buscando la tapicería de Miguel María March. No es un cliente nuevo, pero la verdad es que nunca le he visitado, por éso, Duna y yo, titubeamos y hasta nos subimos a la acera, sorteando las sillas y las mesas de un bar hasta parar frente a Tapicería y Decoración, el pequeño taller artesano de Miguel.
Lo descubro concentrado y midiendo la enorme media luna del esqueletaje que monté hace unos días.


- ¡Hombre, Bonache...!
Creo que se sorprende, aunque me ha llamado él para decirme que ya estaba trabajando en el sofá. Se asoma y no puede evitar rozar con sus manos de tapicero el sillín de
Duna.
- Tu sobrino te tapizó bien el asiento.
- También la pintó.
Durante unos momentos los dos miramos, como dos chiquillos, a la 535 y después entramos en el bajo donde el sofá, de casi tres metros, ocupa gran parte del local, que parece empequeñecer aún más a medida que las telas y las gomas van rellenando el armazón.

Echo una ojeada y descubro a un mito, un póster de Nino Bravo, incluso la copia de una poesía que escribieron las fans del cantante tras su muerte, tras aquel accidente de tráfico que arrancó cientos de lagrimas a miles de adolescentes valencianos y valencianas, entre ellas a mis hermanas, sobre todo a Rosalía, la primogénita, que llegó a asistir al entierro de aquella voz irrepetible. También descubro otra imagen que me hace sonreír, la fotografia de un percherón tirando de un carro sobre una pista de arena en una competición de Tiro y Arrastre, una pasión de la huerta valenciana, la herencia visual de todo el esfuerzo que realizaban animales y hombres arando las fértiles tierras valencianas, roturando, sembrando, trabajando la tierra desde el amanecer hasta las últimas luces del día.
Hablamos de aquellos tiempos y Miguel me confiesa que él empezó a trabajar, a tapizar, con tan sólo 12 años. Su abuela alquiló el patio trasero de su casa a un tapicero y Miguel deambulaba por allí como cualquier crío de aquella época, hasta que un día aquel hombre le preguntó.
 
- Chaval..., ¿quieres trabajar aquí, quieres ayudarme....?.

 
Fue la primera vez que Miguel se sentó en la típica banqueta de tapicero, ésa que aún conserva en su tapicería, aunque en los tiempos actuales se tapiza sobre mesas de trabajo neumáticas o hidráulicas, que pueden subir y bajar para que los oficiales trabajen en condiciones óptimas, pero en aquella época se tapizaba sentado, casi a ras de suelo, de la misma forma que se clavaban a golpe de martillo,
tachas o gabarrotes sujetados entre los dientes.


- A los 19 años me fuí a trabajar a la tapicería de Enrique Miller y a los 30 ya me establecí por mi cuenta...., hasta ahora..., por cierto, esa caja de herramientas era del tío Miller.


La historia de Miguel María me es muy familiar, mi padre también empezó a trabajar a los 13 años, también alquiló el patio trasero de una planta baja para establecerse..., ya sabéis, la misma planta baja en la que sigo trabajando. Es la historia de aquellas generaciones de las que ya he hablado alguna vez, de aquellos niños que aprendían los oficios mamándolos desde su esencia, a la vera de oficiales que poco sabían de técnicas pedagógicas pero que eran capaces de formar a esos niños, de darles un porvenir y  la oportunidad de ganarse la vida por ellos mismos, con sus manos y con su gusto.
Le escucho con atención, tiro algunas fotos y me despido de Miguel. En la avenida vuelvo a ponerme detrás de un coche de autoescuela y no puedo evitar pensar en quién esté al volante, posiblemente, sea alguien joven, alguien que está aprendiendo a conducir, a vivir, a asomarse al mundo..., de una manera distinta a como lo hacían aquellos críos que, de un día para otro, se veían con un martillo en la mano y  un montón de
gabarrotes entre los dientes de leche.
Y aquel zagal que aprendió el oficio, en casa de su abuela, sigue tapizando y respondiendo al móvil 630347211.

lunes, 23 de julio de 2012

LA RINCONERA DE MARIANGELES Y LA ELEGANTE MANO DE JAVIER.

De vez en cuando, mi amiga Mariangeles me visita en la vieja carpintería. Cuando acontece el evento y la veo aparecer, necesito un buen rato para recomponerme, para centrarme y  poder escucharla con atención y es que mi amiga es espectacular, alta, esbelta, de mirada intensa y con unos rasgos faciales que se llevan mis ojos, por mucho que intente apartar la mirada para atender a la conversación.
Recuerdo que aquel día Mariangeles me preguntó casi temerosa de escuchar una respuesta negativa.
- Oye Pedro..., tu haces sofás,¿no...?.
- Pues va a ser que si, je, je, je.
- Es que no lo tenía demasiado claro..., pues verás es que tengo un problema; no hay forma de encontrar una composión de tres plazas más chaise longue, pero de línea clásica y con los brazos redondos. Me dicen que éso no se lleva, que ahora se imponen las líneas rectas y limpias, que es la tendencia actual y que lo que yo quiero no lo voy a encontrar y ni me lo van a hacer.
- Joder..., pues precisamente éso es lo que yo hago, lo que nadie encuentra y lo que nadie quiere hacer.

 
Continúamos la charla y fuí capaz de escucharla, de centrarme en sus deseos y en las fotografías que tenía marcadas en un par de revistas de decoración. Recuerdo que también consiguió un catálogo de El Kilo Americano y en él me señaló dos sofas que reunían parte de la estética que deseaba. También me enseñó un precioso boceto que Javier, su compañero, había hecho para la futura decoración de su salón. Poco a poco fuimos aclarando ideas, perfilando las líneas, pero el momento álgido llegó cuando subí a su piso y, entre ella y Javier, creamos una tormenta de ideas y sugerencias sobre las medidas y sobre el tipo de sofá. Recuerdo que yo no terminaba de ver  un sofá más chaise longue, no terminaba de encajar esa composición, al final, según recordaba Mariangeles entre risas, di un zapatazo y dije.
- Nada, se acabó, haremos una rinconera curva, como las de toda la vida, coño.
Al día siguiente empecé a sacar las plantillas del rincón suelto y Mariangeles empezó su particular viacrucis en busca de la tela de sus sueños. En ellos veía un tejido rosado y decorado con trazos dorados, pero era en sueños. La realidad fue más cruda, aunque en una de las tiendas de Cirilo Amoros dió con una dependienta que pareció leer esos sueños, o eso pensó Mariangeles cuando le enseñó la pieza de tela rosada que ella deseaba.
- Es bastante cara, a 120 euros el metro y para un sofá es algo floja.
La siguiente tienda que Mariangeles visitó quedó un poco lejos, realmente era un viaje que ya tenía previsto y voló hasta la India a pasar unos días de vacaciones y en una de las escapadas que hizo, fuera de los circuitos turísticos, se dejó caer por Jaipur, la llamada Ciudad Rosa, un universo de tejidos y texturas donde volvió a encontrarse con esa tela de sus sueños, pero a un precio muy distinto.

Regresó a España con un montón de metros en la maleta y unos pocos días después la llamé para que me indicase como quería las ondas del respaldo. No deseaba un respaldo recto, anhelaba unas siluetas, como colinas suaves, quizás con las viejas lomas de La Manchuela.
Mariangeles apareció por la carpintería ilusionada y sonriente, me fue indicando donde deseaba esas elevaciones del copete y a que altura, las fuí marcando en cartón y al día siguiente Julián y Jose, de Tapizados Gomez, cargaron la rinconera en su Volkswagen y empezaron a tapizarla, a engalanarla, a dar forma a los deseos de mi amiga.
La siguiente vez que visité a Mariangeles en su piso encontré mi armazón ya vestido, tapizado con esa tela rosada y maquillada con unas trazas doradas que parecían salirse de la rinconera para ir posándose por casi todos los rincones de la casa.

Pero, realmente, eran las manos y el gusto de Javier quienes habían recogido esos tintes dorados para repartirlos por toda la casa, para resucitar a unas puertas acabadas en un sapely oscuro y tétrico, con un lacado elegante y sosegado, luminoso, cálido y enriquecido con el dorado de las molduras y de los listones con los que cuadriculó el cristal.Pero Javier también se había atrevido con las paredes, quizás porque es un magnífico pintor y decorador y para eso, para decorarlas, preparó varias trepas, siempre bajo el gusto y el deseo de Mariangeles que combinaba la querencia hacia los dorados y las tallas, hacia un estilo barroco y recargado, pero repartido con pocos muebles y en dósis ligeras y armoniosas. Como el mueblecito plateado que alegraba la esquina del pasillo o la preciosa consola bajo la cortina fruncida, bajo esa cascada de tejido que me recordó a una catarata, de aguas salvajes y briosas, a un torrente de alta montaña que se precipitaba desde las cumbres.