Estoy empezando a pensar que montar en Duna es viajar en el tiempo, viajar hacia momentos gratos, agradables, emocionantes y a veces tan excitantes como los instantes que he vivido hoy, tras una semana gris en la que me he ido apagando lentamente.
Esta mañana, una leve lluvia ha sacado un resbaladizo brillo al asfalto de la ciudad y ha vuelto a velar la luz de un sol que andaba jugando al escondite entre las nubes. A veces se asomaba y yo sonreía tras la visera del casco y otras se escondía y mi rictus volvía a ser serio, inexpresivo, ausente, casi triste.
En montado sobre Duna con cuidado, atento a las resbaladizas marcas viales, cruzando sobre los pasos de cebra con la custom lo mas vertical posible, hasta parar en la tapicería de Juan Vicente Comes.
He dejado a Duna en la puerta, me he quitado el casco y nada mas entrar la he visto. Mis ojos se han ido hacia ella, iluminados, destellando y llenos de una súbita vida.
- ¡¡ Joder, la Longue Chair de los Eames...¡¡¡ -he gritado tan excitado que he asustado a Isabel, la mujer de Juan.
Ha sido un momento irrepetible y apenas si he tardado unos segundos en abalanzarme hacia el icono, mientras el instinto me decía que no estaba ante una copia china. Algo me decía que esos acabados tan perfectos y mimados..., no podían ser falsos, no podían ser una imitación.
- ¿Y el puf...?, ¿Dónde está el puf...? -he preguntado nervioso y empezando a rastrear por la tapicería hasta que el dado con el otoman, pero tapizado en una piel beige muy parecida al color de Duna, tanto que los he presentado.
- Duna..., te presento a Charles Eames
El puf escondía su secreto discretamente y yo sonreía.
Que chuli! Me puedo imaginar tu cara durante el encuentro jejeje
ResponderEliminarFue emocionante Dorita..., ya ves, siempre que monto en Duna vale la pena, rara es la vez que no me doy una vuelta con ella y surge un post.
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