Recuerdo que el cliente llegó con una foto tomada desde la televisión, en ella se podía ver a Andy Warhol sentado en un sofá tapizado en rojo y con unos reposabrazos bastante originales. El genial creador respondía a las preguntas apoyado en uno de esos brazos que descendían desde el respaldo formando una media luna perfecta.
Y partiendo de unos planos a escala real, fuí sacando las plantillas de un esqueletaje que, durante un tiempo, me causó cierto respeto. El Warhol, como yo siempre lo he llamado, me inquietaba, sobre todo, a la hora de encajar los brazos en el copete, es decir, en la parte alta del respaldo. Después de varias pruebas decidí terminar esas piezas a pulso en la sierra de cinta, dando cortes y revirando la pieza hasta conseguir una armonía de líneas descendentes, que se reviraban hasta volver a buscar la horizontalidad a la altura de la consola. Ésa era la parte más compleja del esqueletaje y la que requería de una mayor visión espacial a la hora de idear cómo mecanizar esa media luna que, antes de trabajar, había que encolar para conseguir la amplia curva.
Las piezas de las que saldrán los brazos recurvados, recién troceadas y listas para cepillar y regruesar.
Pero el resultado valió la pena y cuando termino uno de estos Warhol, no hay vecino que pase y no se quede mirando la potente estructura de dos metros y medio de eslora y con esos brazos revirados que recuerdan a una inmensa planta carnívora..., o mejor a un sofá carnivoro que te acogerá para no liberarte jamás. Y desde luego..., a mi padre también le habría gustado hacer este sofá, uno de esos sofás de los que te quedas satisfecho una vez terminado y te hace sonreir.

