El esqueletero logra sonreír y se fija en los costados de la nueva butaquita que comparte cartel con su Begg y con el Papa Bear, a él le gusta llamarla ranita, le recuerda a eso, a una ranita y se fija en los costados porque están cortados con la sierra de cinta, moldeados al aire y después repasados con la radial. Le gusta ver como se curvan suavemente y como se aplanan... una contemplación en soledad, una apreciación propia, íntima, que solo él puede medir y valorar.
Después observa la replica del Wegner y al Begg, ese es diseño suyo, salvo la cruceta inferior, heredada de los B-160. Sus líneas difieren de las del Bear, son fluidas, buscan algún circulo, un camino de ida y de vuelta sin cruces ni ángulos rectos.
El icono danés también juega con las curvas en su alto copete pero prescinde de ellas cuando desciende y lanza sus brazos hacia el frente de una manera viril y tan masculina, como diría Sandra... en la calle hace calor y algunos vecinos sonríen y bromean con el esqueletero que posa para que Mireia le haga una foto arrellanado en el Begg y mirando hacia el cielo de la tarde.
- Los vencejos ya se han marchado -murmura, como si con la partida de las aves se fuese ido también parte de su vida.
- Si...¿ya no están...? -responde Mireia- te he hecho varias fotos, mira a ver las que te gustan.
Y el esqueletero vuelve a sonreír porque sabe que ella siempre hace buenas fotos.
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