jueves, 20 de octubre de 2016

UN PAPA BEAR CHAIR VIENE A VERME.






         El delantero se arquea y las patas ligeramente cónicas se inclinan firmemente encastradas en la pieza a caja y espiga. Aprieto con el gato, sonrío cuando la cola blanca rebosa y después encajo la pieza entre los costados, también cajeados, de nuevo el gato las une y la cola vuelve a escapar entre las juntas.
      Me alejo unos pasos y siento un escalofrió... con ese detalle el Papa Bear se parece mas que nunca a la mítica pieza de Wegner. La siento mas digna, mas cercana, mas honesta y eso me hace sentir bien, me proporciona un placer difícil de explicar.

 
 
 

   Lo observo ya terminado y sigo envuelto en la magia, en el placer íntimo que me proporcionan sus formas, sus desproporciones, las mismas que me causaron repulsión cuando lo vi por primera vez. En aquel momento me pareció extremadamente feo, sin armonía, casi grotesco... se alejaba tanto de los sillones que fabricaba normalmente. No era un orejero clásico ni un sillón moderno de líneas rectas, era algo diferente, extraño, deforme... y desde luego, en aquel momento no podía ni imaginar que ese icono del vintage danés iba a inspirar una novela que se titularía "La decoradora".
  Y es curioso, de la misma forma que el monstruo da una lección de vida al muchacho, el Papa Bear apareció en mi vida para ayudarme a tratar de ser un mejor esqueletero.