jueves, 25 de octubre de 2012

Y MÁS DE 15 AÑOS DESPUÉS VUELVEN AL TALLER.

Nada más abrir el portón trasero de la furgoneta de Daniel supe que esos armazones los habíamos hecho mi padre y yo, incluso reconocí enseguida que era uno de los modelos exclusivos del fallecido Francisco García, apodado Magaña.
  Después de más de 15 años regesaban al mismo taller de esqueletaje porque los clientes habían decidido retapizarlos y, realmente, era una casualidad que me hizo sonreir y, después, casi llorar cuando descubrí que en esos esqueletos aún no habían grapas de carpintería, cuando descubrí la huella de mi padre y su manera de trabajar seria, decente y honrada.


  Cuando vi los clavos que aseguraban las escuadras de refuerzo, metidos a golpe de martillo, formando una v y sin un solo golpe fallado..., supe que había sido mi padre y le recordé ya mayor, sujetándose la muñeca derecha con la mano izquierda, tratando de mitigar el dolor de los  huesos y de los tendones tras miles y miles de martillazos y de gatos apretados con esas muñecas, que eran tan estrechas y frágiles como las mías.


   Descubrí emocionado su preciosa letra marcando cada pieza, copete, traseros, costados, delanteros..., con ese trazo elegante y cargado de energía y observé, algo más serenado, el precioso tono tostado que había adquirido el pino gallego, había envejecido dignamente, soportando los picotazos de las grapas de la tapicería y la tensión, el pulso echado por las cinchas elásticas del asiento.
   Me encontraba con las huellas de papá y también las de los oficiales de Francisco García, unos tapiceros que solo sabían trabajar volcando todos sus conocimientos en cada tapizado y esa dignidad también había dejado su rastro en forma de unas aureolas blancas que delataban los apoyos de goma espuma donde fijaban unos muelles atados para ayudar a soportar el peso sobre las cinchas del asiento.


  El esqueletaje regresaba al taller, pero casi pude ver como los armazones buscaban a mi padre, a sus manos, a su carácter..., pero me vieron a mi y creo que confiaron en mis manos, por eso se dejaron transformar, por eso se dejaron que les cortase los reposabrazos de formas redondeadas, para cambiarlas y aportarle ángulos rectos, para darles un aire más moderno y actual, para poder regresar a su hogar envueltos con sus nuevas telas, totalmente renovados y vestidos para soportar otra decena de años.

     Reutilizando los reposabrazos, mientras cortaba el taller se llenaba de un olor especial, picante y denso..., el de la madera curada lentamente y mimada entre telas y rellenos.

   Atornillando los costados.

     Los nuevos reposabrazos listos para atornillar a los armazones.



 Y los armazones listos para recoger y para volver a tapizar.

martes, 16 de octubre de 2012

EN LA TAPICERIA DE PABLO GARCIA.






                                                         Email:   tapiceriapablogarcia@hotmail.com
    Me apetecía montar sobre Duna y me apetecía visitar a Pablo, nunca había estado en su tapicería y el día era cálido, quizás demasiado, ideal para cabalgar, incluso para serpentear tumbando un poco a la custom entre los carriles de la avenida o para disfrutar de su ruido parado en los semáforos, del motor en V girando redondo, casi con unos compases perfectos, sin variaciones, sin toses ni temblores…, y después ese característico clanck cuando engranas primera desde los largos mandos avanzados, suena ese crujido y Duna se mueve, me empuja hasta la puerta de la tapicería, hasta esa fachada que se mimetiza con ella.
   Saludo a Pablo y a su hijo Salva que lleva en la mano dos enormes bocadillos envueltos en papel de plata.
   - Joder, os he pillado a punto de iros…, dame solo unos minutos, Pablo, para que eche unas fotos.
   El sonríe, Salva se va al  bar para ocupar una mesa y yo desenfundo el móvil con el flash activado. Son pequeños fogonazos blancos y el sonido virtual de ese obturador que, de alguna forma, suena como homenaje contínuo a otra forma de hacer las fotos.

   Y esas patas despuntadas ya colocadas  
                                 en los sofacitos.      


  En el zaguán surge el universo del tapicero, decenas de muestrarios de telas en las que los colores brotan como desde el estudio de un pintor, pero me fijo en la colección de imitación a pieles de la firma Comersan, es la tendencia llamada animal print…, y me encantan, incluso el tacto de la tela es agradable y aterciopelado.

                   
                                                                           



   Un enorme cabecero se cuadricula y se acolcha tras dos sillas que representan dos estilos, dos formas de concebir la estética, el estilo, el sentido de la belleza. Una silla clásica, de  respaldo en madera vista y asiento tapizado contra una pieza que recuerda mucho a los diseños de Arne Jacobsen, patas de acero cromado y un asiento sin relleno, tan enfundado por un polipiel blanco, ya gastado y fatigado.



                         Estilos antágonicos, distintas concepciones
                        de la funcionalidad y de la estética..., pero
                         igual de mimado por las manos de Pablo.  

    
                                     Y ya dentro del taller....

Rellenos de distintas densidades y 
las infatigables máquinas de coser.



   Pero no quiero molestar más y cuando monto sobre Duna le pregunto lo mismo que suelo preguntar a todos los tapiceros de la vieja escuela.
   - ¿A qué años te pusiste a trabajar..?.
  Pablo suelta una carcajada comedida.
   - Pues como todos, a los catorce.
   La historia se repite, como la historia de mi padre y de la mayoría de tapiceros que heredé de él. Pero Pablo alarga un poco más su respuesta y me cuenta que estuvo diez años trabajando con Gonzalo Álvarez.
   - ¡Ostras, con Gonzalo…!.
   Cabeceo recordando la primera vez que Gonzalo entró en el taller de esqueletaje; por aquel entonces mi padre vivía y trabajábamos juntos y aquel tapicero, de cabellos rizados y modales serios y educados, rompía con todos los perfiles de nuestros clientes. Creo que Gonzalo se formó como tapicero fuera de España, él me habló de Francia y Pablo me apunta que también estuvo en Bruselas, quizás por eso Gonzalo llegaba envuelto por unas maneras distintas, era exigente y primoroso y, verdaderamente, exquisito con su selecta clientela. Cuando nos encargaba algún esqueletaje sabía exactamente que quería y como lo quería. Y de la mano de Gonzalo viví un episodio algo amargo; me puso en contacto con el gerente de Vidal  Grau después de asegurarles que yo era un buen esqueletero y que podría hacer frente a cualquier prototipo, pero le fallé y cuando me presenté en la nave de la firma en Bétera, admití que no estaba en condiciones de hacer esas dos piezas. Eran complejas, caras, trabajosas…, admito que me desbordaron, pero creo que cuando no puedes abarcar algo, cuando eres consciente de que vas a fracasar estrepitosamente, lo mejor es hacerse a un lado y llamar a alguien que sea capaz de hacerlo y éso es lo que hice.
   - Bueno Pablo, te voy a dejar que vayas a almorzar, que tu hijo ya le habrá hecho un buen agujero a los cacaos y las olivas.
   - Quédate a almorzar con nosotros, hombre.
   - Gracia Pablo…, pero  me voy al taller ya,  que tengo que hacer cuatro sofás y ya voy con el tiempo justo…, bueno y es que así subo a casa y veo si mi madre se ha levantado bien.
  Pablo sonríe, me da la mano y Duna arranca, mientras él se encamina hacia  el bar, a almorzar con su hijo…, igual que hacía yo con papá, después él se quedaba un ratito más a ojear el periódico.