viernes, 8 de septiembre de 2017

SOY RO Y YO MARTINA Z.





 

      - ¿Dónde estoy...? -pregunta RO- ¿Qué haces...? ¡ no me toques...¡ -protesta cuando el esqueletero levanta el cojín del asiento y descubre la chapa metálica con la firma de Jaime Hayon, con el código de barras de Fritz Hansen, con el pequeño holograma que refleja la luz del taller de esqueletaje. Su piel se eriza y se siente como un secuestrador que tiene amordazado a un famoso.
   El RO auténtico aparece así, sin las patas delanteras para que no pueda escapar... frente a Martina, desnuda y sencilla, con mas curvas y concebida en madera, pero anónima, ella no aparece en las revistas de decoración, ella no es famosa, ella no es nadie, aunque el esqueletero haya garabateado su nombre y un numero con rotulador rojo sobre esa misma madera que le proporciona unos  volúmenes que recuerdan a otra época.
   El alma de RO es de fibra de vidrio, sus patas de aluminio pulido y pertenece al presente.
   - ¿Qué vais a hacer conmigo...?
   - Tan solo intentar ser como tu... -responde el esqueletero, haciendo una reverencia sincera y llena de respeto y humildad.
 

  
  
   
  

jueves, 7 de septiembre de 2017

TAPICERO DESDE LOS NUEVE AÑOS, VICENTE PALOMEQUE.


 




      ".... Mis padres y mis hermanas se vinieron desde Jaén, pero yo nací allí, detrás de aquellas naves... -Vicente Palomeque, el tapicero, cabecea recordando aquellos años tan distantes en el tiempo pero tan cercanos en el espacio- vivíamos en una cevera...-confiesa, sonriendo y mirándome- ¿sabes lo que es una cevera...?..."
   El esqueletero también sonríe y afirma con la cabeza.
  "... Entonces todo esto eran huertas, recuerdo el olor del arroz en las eras, el olor de las cebollas y el de las tomateras... a los nueve años, nada mas tomar la comunión entré como aprendiz de tapicero en Catalá, en la calle Salamanca y después de casarme ya me establecí por mi cuenta..."
   De pelo cano y revuelto, de tez algo rojiza y de actitud resuelta y viva, tan viva que le permitió superar el fuego que hace un par de años consumió la misma nave en la que estamos charlando. Ardió todo, esqueletajes, telas, grapadoras, plantillas, la furgoneta... todo reducido a cenizas a un humo que se elevo oscuro y siniestro pero que terminó disipándose.

 
 
   - Papa...
   Es la voz de Rebeca, su hija. El veterano tapicero sonríe cuando ella aparece con los planos del sofá que les acabo de entregar.
  - Hola Pedro.


 
 
  Hace algo mas de diez años que Rebeca trabaja en la oficina con su padre, pero me cuenta que  empezó con las costureras, igual que hace su hermana en esos mismos momentos y ayudando a Bou, el oficial encargado de cortar las telas.

 
 
   Les observo y sonrió, me gusta lo que veo, la complicidad, la confianza y la casi seguridad absoluta de que ella continuará con el negocio que empezó a forjarse justo cuando su padre tomó la comunión y empezó de aprendiz con nueve años... algo impensable hoy en día, algo que puede escandalizar a ciertas personas pero es que así se aprendían los oficios que después permitían a esos aprendices convertirse en oficiales y después en sus propios jefes, en autónomos que dinamizaron la industria valenciana hasta hace unas décadas.





 
 
  Pero Rebeca no estará sola en esa labor de continuar con la tapicería, tiene un buen equipo de tapiceros, Paco, Bou, Vicente, Isabel y Vanesa, hermana de Rebeca... autenticas joyas difíciles de encontrar en estos tiempos, los últimos oficiales, hombres y mujeres que no tienen relevo y que se llevaran consigo todos sus valiosos conocimientos.


 

 
 

   - Bueno, os dejo, me voy con la mamá -anuncia Vicente Palomeque. Le veo marcharse, en la tapicería de Masanasa se quedan las dos hermanas, Rebeca y Vanesa... se quedan entre buenas manos, entre manos que miman la piel y la tela, entre manos que tensan y estiran, que acarician y que llevan los tejidos ahí donde la belleza aflora.
   Le deseo suerte, mientras pongo en marcha la ranchera y suena el Remenber que Montse ha sintonizado, es como viajar en el tiempo, pero mientras subo la ventanilla aún se cuela el típico tap, tap, tap... de las pistolas grapadoras.