Toni, el joven tapicero y su mujer, sonríen cuando se llevan el pequeño Teddy Bear, cabe perfectamente en el maletero del Altea, aún en esqueleto, con la cola aún tierna, aún oliendo a resina, aún con restos de serrín entre las juntas.
Se acercan los Reyes y Toni tapizará el pequeño icono con todo su corazón, con el sentimiento de un padre que quiere regalar a su hijo algo genuino, único, especial y hecho con sus propias manos.
Aquellos Reyes mi padres me regalaron un castillo, varias legiones romanas y un ejercito de cartagineses pertrechado con unos preciosos elefantes, con arcos y con espadas. Fue un regalo maravilloso, pero tuvieron que pasar décadas para que uno de los antiguos oficiales que trabajaban con mi padre en el taller de esqueletaje me confesara que el mismo pinto el castillo y que lo hicieron a escondidas y casi en una sola noche.
Toni saca la cartera, separa unos billetes y me mira.
- No me debes nada, déjame participar en ese maravilloso regalo.
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