No conozco a la clienta, pero no debe ser joven, debe ser mayor, con años, algunos menos que el armazón que ha llevado al tapicero para retapizar. Pero la madera guarda casi tantos recuerdos como la mujer, los recuerdos de las grapas, de las tachas, de los gabarrotes, de las telas que lo vistieron, de las personas que se sentaron en él, que rieron y lloraron, que leyeron novelas y que tomaron café, porque es un sofá de salita o de recibidor, sin madera vista y sin estilo de rey o de reina, una pieza humilde y callada, que escuchó el rumor de la lluvia y las voces bajas de las confesiones, de los susurros, después las toses y el quejido de la vejez, el lamento silencioso.
El tiempo pasado, la piel ya marchita, como la propia madera fatigada, pero digna, con hechuras de ebanista, con porte, con un final honesto, extenuado, yaciendo como venerables restos de vidas pasadas.
¡que bonito lo cuentas!
ResponderEliminarHola Beatriz, gracias, cuento lo que me sugirió, me llamó la atención la fidelidad de esa clienta hacia su anciano sofacito, justo en un momento en el que todo se tira, en una época en la que el desapego incita a comprar de manera nerviosa según las modas y las tendencias.
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