Ya estaba en La Casa... en la casa que mi amiga Joa compró en Sot de Ferrer, sus anteriores dueños lo dejaron allí junto con algunas cosas mas y en él y junto a la estufa de sus abuelos pasó mi amiga su primer invierno, con las cumbres de la Calderona al otro lado de las ventanas y con la chimenea ardiendo, quemando troncos de carrasca, y pedazos de pino y haya traídos desde el taller de esqueletaje. Unas llamas danzantes, coreografías ardientes y vivaces sobre un escenario de brasas, frente a la vieja estufa de gas, tan anciana como el basculante tapizado en polipiel rojo y negro.
- Mis abuelos ya se calentaban con esta estufa, pero solo encendían una placa para no gastar mucho gas, era un salto alucinante, del brasero a la estufa. Pasaban largos ratos mirando la placa, sentados en las sillas de enea..., ¿sabes Pedro...?, mis abuelos nunca compraron un sofá -me cuenta Joa, mientras alimenta la chimenea, mientras la anciana estufa, ronca con sus tres placas encendidas y yo vuelvo mis ojos hacia el viejo basculante, una auténtica rareza, una especie de endemismo que solo se hizo en la Comunidad Valenciana.
Y dejo volar la imaginación, me pregunto a quien se le ocurriría la idea de colocar unas hilera de muelles de tapicería en la parte trasera del sillón para convertirlo en algo parecido a un balancín.
- A mi marido le cuesta levantarse... a mi señora le gustan los balancines pero se marea si se mueven mucho... es que los asientos de muelles son muy caros... y los de cinchas muy duros.
El tapicero se preocupó por esos clientes, les prometió que les llamaría en unos días y llegada la hora de cerrar, el aprendiz se marchó, pero él se quedó, cerró las puertas de la tapicería, sujetó entre sus encallecidos dedos uno de los muelles que usaban para los asientos elásticos y miró a su alrededor, observó los asientos preparados con cincha reciclada de neumáticos y los preparados con yute... pero no vio nada más, continuó observando y descubrió al aprendiz esperando tras la puerta de cristal.
- ¿Se te a olvidado algo...? -preguntó, abriendo la puerta.
- No se me ha olvidado nada, Don Luís..., pero es que he estado pensando toda la tarde en eso que le han dicho los clientes.
- Ya me he dado cuenta, has tenido que desclavar los bastidores y volver a hacerlos.
- Si, eso es verdad..., pensaba en otra cosa y se me ha ocurrido algo.
- ¿Qué se te ha ocurrido...?
- ¿Y si ponemos atrás muelles en vez de patas...? ¿Qué pasaría...? -respondió el aprendiz, quitándose el chaquetón de pana, que había usado su padre antes que él y agachándose junto al esqueleto de un orejero.
Cogió cuatro muelles, los alineó sobre el trasero y apoyó el armazón lentamente, presionó un poco y el orejero basculó hacia atrás. Apretó un poco más y uno de los muelles se comprimió de lado hasta deformarse y salir rebotado hacia el tapicero, que se había agachado junto a su aprendiz.
Cogió cuatro muelles, los alineó sobre el trasero y apoyó el armazón lentamente, presionó un poco y el orejero basculó hacia atrás. Apretó un poco más y uno de los muelles se comprimió de lado hasta deformarse y salir rebotado hacia el tapicero, que se había agachado junto a su aprendiz.
- ¡Cojones..! -exclamó apartando la cara y esquivando el muelle- ¡en vez de aprender, pierdes el oficio...! vete para casa que aún me sacaras un ojo con tus inventos de bombero.
El aprendiz agachó la cabeza, se abrigó de nuevo con el chaquetón, abrió la puerta, pero se detuvo al escuchar la voz de don Luis
- ¿Dónde te crees que vas, chaval...? los muelles habrá que atarlos para que no salgan volando, ¿no...?
Observo el orejero tapizado en rojo y negro y sonrío, escucho a la vieja estufa roncar, las brasas fluctúan, ya no hay bailarinas que se contorsionan y fuera de La Casa ya ha caído la noche.
El aprendiz agachó la cabeza, se abrigó de nuevo con el chaquetón, abrió la puerta, pero se detuvo al escuchar la voz de don Luis
- ¿Dónde te crees que vas, chaval...? los muelles habrá que atarlos para que no salgan volando, ¿no...?
Observo el orejero tapizado en rojo y negro y sonrío, escucho a la vieja estufa roncar, las brasas fluctúan, ya no hay bailarinas que se contorsionan y fuera de La Casa ya ha caído la noche.
Algo así tuvo que ser,Pedro.La capacidad de ingenio del ser humano es algo fascinante.Y muchas veces las grandes ideas son las más sencillas.Las tienes delante pero no las ves.Un precioso relato y fugaz viaje a un posible pasado a partir de un precioso sillón,que aunque parezca mudo nos enseñas que es un sillón parlante.
ResponderEliminarGracias Oscar, nunca sabremos a quien ni como se ocurrió esa idea, pero por lo menos nos permite imaginar sobre nuestros oficios, nos permite crear y continuar disfrutando en el taller y sobre el teclado. ¡¡ Un abrazoooo..¡¡¡
ResponderEliminarVaya--- qué historia:la imaginación al poder. Me agrada el sillón, es atrevido y hace pareja con la catalítica, un dúo perfecto para un atardecer fresco, con una mantita de merino sobre las rodillas y el gato canela a los pies..
ResponderEliminarMe encanta el apunte de la "mantita de merino"..., se nota donde vives, aquí la frase sería así "con la bata-manta de loc chinos", artificial, teñida, sintetica...., nada parecido al calor humano o al del fuego, aunque sea de una vieja catalítica roncadora.
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