Duna se hizo la remolona a la hora de arrancar pero al final la mezcla de aire y gasolina explotó y el cigueñal dió una vuelta, después otra y una más, cientos, miles de vueltas que comenzaron a transformarse un sonido agradable acompasado que subitamente se volvió un bramido infernal cuando el asfalto se hundió en la tierra y entramos en el largo túnel. El huracán quedó arriba, también el fuerte viento racheado que nos habia zarandeado y que me habia acribillado la cara con una nube de polvo convertida en diminutos perdigones, pero allì abajo, entre los muros de hormigón, el sonido rebotaba y se sumaba al del tráfico, al de la rodadura, al de los esapes.
Un bramido ensordecedor que la primera que sentí me aterrorizó, lo recuerdo perfectamente, aquella vez, encima de mi 125, pensé que estaba a punto de ser aplastado por un trailer, pero no, era mi falta de experiencia. En los túneles ocurre eso, te sientes más indefenso que nunca, te sientes vulnerable, débil y como vendido en medio de ese ruido infernal, envuelto en la penumbra y observando fijamente los pilotos rojos del coche que te precede, sin ver el asfalto, siguiéndolo, manteniendo la distancia y teniendo la sensación de que las ruedas giran en el vacío.
Pero el sonido se esfumó al salir del túnel, regresó el sol y el empujón del viento. Duna y yo bailoteamos un poco, fuimos de un lado a otro del carril y de nuevo la tierra volvió a balearnos.
El viento llegaba enloquecido desde las montañas y peinaba las extensas huertas, se llevaba consigo miles de granitos de tierra y los lanzaba contra nosotros. Impactaban contra el casco jet, contra la visera, contra el deposito, contra los cilindros. El viento aullaba, incluso entre los resquicios de la puerta de la tapicería de Josep Avelino Devis.
Acaba de llamar al timbre y escuchaba sorprendido como silvaba, como variaba de tono, como cantaba y chirriaba escurriéndose entre las junturas del aluminio, de esas hojas que también vibravaban y se sumaban al alucinante coro, hasta que Josep abrió la puerta.
- ¡ Coño, que aire hace...! -protesté.
Pasé y me encontré con el taller lleno de piezas para retapizar, alguna descalzadora, un par de balancines, alguna butaca de madera vista y ya dentro, cerca de la mesa de corte descubrí un sillón Wassily que me miró balanceando su enorme cabeza y sin dejar de rumiar.
Un preciosa piel recubría el acero cromado y curvado, el icono del diseño mostraba los preciosos dibujos de la naturaleza, se dejaba vestir por algo natural y ancestral, por algo que permitió a homo sapiens colonizar la vieja Europa y soportar las glaciaciones y los inviernos maás crudos, que permitió acunar a sus bebés cálidamente entre pieles trabajadas con útiles de piedra, que llevó al descubrimiento de las agujas de hueso, del hilo y de las costuras y que empezó a esbozar el camino, del ornamento, del arte, de la decoración, de los oficios primigenios.
Excelente trabajo y bonita piel de vaca !
ResponderEliminarPersonalmente, este modelo de sillón, lo prefiero en cuero negro (cuestión de gustos o ideas fijas..!)
Un saludo
Marga, que alegria volver a leerte...¡¡¡¡, cada vez que cuelgasel cartel de "cerrado temporalmente" me inquietas.
EliminarEs normal que concibas el wassily con las cinchas de cuero negro, Breuer así lo concibióy de esa forma es redondo e imperecedero...,luego llegan las reediciones y tratar de apaotar algo de "vida" al acero con la piel y el pelo es una de ellas.
La Wassily en piel de vaca tiene el cálido contraste de lo campestre contra el frío del acero, es mi acabado preferido para esta pieza.
ResponderEliminarUn saludo