Juan Vicente Comes me llamó para reclamarme los plafones de un Capri que le había servido la semana pasada. Tardé apenas unos minutos en cortarlos y en montar sobre Duna; a ella también le apetecía darse una vuelta por la ciudad o éso entendí cuando, desde sus preciosos escapes recurvados, surgió su respiración densa, caliente y, poco después, sonora y profunda cuando trazábamos la amplia curva del túnel.
Ese momento nos gusta, especialmente, el ruido del bicilíndrico; rebota entre las paredes de hormigón y se mezcla con los nuevos ciclos del v-twin en medio de un rumor que varía sutilmente al girar el puño del gas y remontar la rampa. Dejamos el subterráneo y volvimos a emerger y poco después paramos en la puerta de la tapicería de Juan Vicente Comes.
Nada mas entrar me encontré con un sofá precioso, con un viejo conocido de la firma Wing Chair, que mi padre llamaba "modelo bisagra", porque los reposabrazos se sujetaban a los costados con unas bisagras de piano. Allí estaba con su preciosa base de madera vista, dorada, pulimentada en una especie de nogal rojizo y con sus piñas, como bañadas en oro, esperando a los cordones pasamanería, que las entrelazarían, sujetándolas y dejando caer los reposabrazos hacia los lados.
Y frente a él, también esperaba otro conocido, el Capri ya terminado y falta de rematar con los plafones…, pero cuando apenas di un par de pasos hacia el interior de la tapicería volví a viajar en el tiempo.
Rafa, uno de los oficiales de Juan, desclavaba y retiraba la goma vieja de un sofá, de un modelo que enseguida reconocí. Rafa también sonreía y me decía:
- Mira, mira…, a ver si reconoces esta T -y señalaba con los alicates la rúbrica del viejo ebanista.
Claro que la reconocí, era la firma de mi padre, su impronta…, pero lo que me hizo permanecer callado unos instantes fue el reconocer ese modelo; era de Francisco García, otro tapicero mítico, ya fallecido. Allí estaba Rafa, restaurando un sofá hecho por dos personas que ya no estaban entre nosotros, volviendo a dar vida y uso a un mueble que atesoraba el conocimiento, la experiencia y parte de la vida de Magaña, como apodaban a Francisco García, y de mi padre.
Frente a Rafa, Vicente, otro de los maestros oficiales, presentaba y ataba los muelles de una sillería de estilo; en su pierna descansaban los hilos y en sus manos y entre sus dedos, la habilidad y el conocimiento.
Charlaba con ellos, cuando alguien entró sin hacer ruido, con paso lento y casi con timidez, pero sonriendo, era Julio, otro maestro, otro oficial, otra persona con oficio que se formó en una de las tapicerías más prestigiosas de Valencia, en Mariano Gracia. Después dejó la tapicería, se especializó en cortinas y por lo que me han contado se convirtió en uno de los mejores, tanto a la hora de medir como a la hora de cortar las telas o colocar desde una clásica y sencilla gotera hasta los delicados paneles orientales.
Y allí estaban todos, maestros tapiceros o cortineros, incluso un esqueletero que se puso el casco y que volvió a escuchar el retumbar de los escapes cuando desapareció por el subterráneo.
Tu y tus historias, y entre historias un trabajo bien hecho, eres genial.
ResponderEliminarBesitos!!!
Este post surgió así, de forma natural, lo creo ese momento, la casualidad..., alli estaba la magia, solo habia que verla y despues contar lo visto. Bueno, y me quedo con esos besitos, que como soy chico..., pues eso, que me quedo con los besitos, aunque lo de genial está bien, pero uno duda entre ser genial o que le den besitos...., moskis, estoy pensando como Homer, je, je, je.
ResponderEliminarYolanda..., gracias por todo.
Hola Pedro.
ResponderEliminarDa gozo ver a los compañeros de la grapa en plena faena, ya sabes que tengo devoción por esos talleres "de andar por casa".
Supongo que te removería el alma encontrar de nuevo el trabajo del viejo ebanista, no deja de ser una forma de seguir entre nosotros, creo yo.
Pedro, ha sido otro paseo espectacular ;)
Un abrazo.
Hola Tapestry, pues como le dije a Yolanda, fue un hermoso momento y si, allí estaba el sofa de papá y la preparada de muelles de Magaña, que aún conservaba su firmeza y el delantero elástico bien recto.
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